Hoy «el Marre» ha roto un compromiso conmigo y mira que nunca fue dado a dejar de cumplir su palabra: palabra de hombre recio, digno, ético y sensible.
Cuando tuve que partir intempestivamente a otro país, le pedí que se cuidara y me prometió esperarme, no hacer crisis, no enfermarse en mi ausencia… pero no pudo. Estoy segura de que luchó contra los avatares y las calamidades de su enfermo corazón, contra su miedo a la muerte, aunque supusiera que esa puerta es solo un paso a un horizonte sin límites.
Le ha fallado su corazón, tan grande y tan cuerdo —reparado a profundidad— como si siempre hubiese sido un reloj exacto, exactísimo, con su tic tac marcando el cotidiano vivir, pero cansado del abuso de tanto amor, de tanta pasión por su Revolución, por el periodismo, por su trabajo, que le absorbía, y también por sus hijos, nietas y nietos… y por Angelita, esa compañera de decenas de años.
Muchas personas vienen y van en nuestras vidas. Juan Marrero es de los que nunca se irán del todo, aunque haya saltado ya la barrera del dolor físico. La sabiduría, su sabiduría, que atesoró con lecturas y escrituras incesantes, con el cúmulo de vivencias y de conocimientos traspasados por personalidades y gente común de aquí, de allá, de acullá, con las que se enfrentó en su larga ejecutoria profesional, la iba trasvasando a jóvenes estudiantes que venían a entrevistarlo tratando de extraer su savia. Sus libros dan fe de esa sabiduría y poder, de la importancia que concedía a custodiar el conocimiento.
No voy a hablar ahora de su profesionalidad, de premios y reconocimientos recibidos durante más de 50 años en el periodismo revolucionario, tampoco de su condición de fundador de varios medios de comunicación, Prensa Latina y Granma como pioneros; ni de los países recorridos, ni de su obra, de la que da fe el Premio Nacional de Periodismo José Martí. Otros lo harán mejor que yo con seguridad.
Aprendí de sus silencios, de sus valores humanos, de su especial sentido del humor, de su forma de pensar, de esa manera muy suya y magistral de enseñar con la vida misma. Y no era perfecto, pues su dedicación casi enfermiza al trabajo le impidió disfrutar muchas veces de momentos irrepetibles de su familia.
Me sorprendí muchas veces desde mi buró, casi frente a él, admirando sus silencios, siguiendo su teclear rítmico cuando creaba, viendo trasmutar su cara dócil y accesible cuando contemplaba videítos de su última nieta nacida en Estados Unidos, donde murieron su padre y su madre sin que para ninguno de esos acontecimientos le concedieran visa para entrar al vecino del Norte.
Hoy debían rendirle honores allí, pues ha muerto un ilustre periodista del continente americano.
Marre era capaz de contar historias que te llegaban al corazón; conocía y podía dar luces sobre cada acontecimiento ocurrido a partir de 1959, como enciclopedia viviente de la Revolución, y de la historia de Cuba y de la prensa cubana de cualquier tiempo, y compartía sus experiencias y anécdotas con alegría, con gran naturalidad.
Pierde la Patria a un soldado de filas, pierde el periodismo a un profesional de alto vuelo, pierde la Upec a un cuadro que dedicó su tiempo —ese que no vuelve— incondicionalmente, y perdemos su familia y amigos a un ser irrepetible.
Tal vez lo único que duele más que decirle adiós es no haber tenido la ocasión de despedirme de él. Y paro aquí porque ya sé que un millón de palabras no pueden hacer que vuelva y tampoco un millón de lágrimas, que ya derramo. Siempre le echaré de menos y mientras viva le estaré agradecida de su amistad. (Fragmentos tomados de Cubaperiodistas)