En las carreteras y en su expresión más acabada, las autopistas, bien pudieran aplicarse algunas de las teorías de Malthus y Darwin. Ambos pensadores británicos —el primero con la tesis de los crecimientos demográficos y el segundo con sus investigaciones sobre la evolución de las especies— tuvieron puntos de contacto en aquello de la selección natural y la prevalencia del organismo más fuerte sobre el débil.
Luego los oportunistas del siglo XIX les echaron mano a esas teorías para extrapolarlas y justificar discriminaciones, atropellos y la consolidación de imperios. En pocas palabras, «convertir» el egoísmo y la hipocresía en ciencia. Después la vida y la historia se encargaron de ubicar las cosas en su lugar; pero en ocasiones no queda más remedio que pensar en la posible validez de esas lecturas extremas.
Haga la prueba. Párese a media mañana, por ejemplo, en un costado de la Carretera Central, tramo Majagua-Jatibonico-Sanctí Spíritus. O si viaja en un auto, intente observar con detenimiento el tráfico entre el kilómetro 259 y La Habana. Hágalo, y no pasará mucho tiempo para ver dos o tres camiones convertidos en bólidos y en plena competencia para ver quién llega primero a su destino.
El más fuerte, el más rápido e inescrupuloso, intentando tragarse al menos hábil en el timón. ¿Y los que están detrás, en la cama del vehículo, la mercancía con aspecto de pasajeros, asustados y aguantando los vaivenes del carro? ¿Esos? Pues que aguanten, que para eso pagaron 20 «cabillas». Y si no les gusta, ahí está la lista de espera en la terminal para que se «añejen» a la espera de una Yutong.
El pez grande comiéndose al chiquito, o Malthus y Darwin llevados a sus extremos, ¿quién lo duda? A todas luces, dentro de las prohibiciones que para mí carecían de sentido eliminadas con el proceso de actualización del modelo económico cubano están esas que maniataban la gestión de los porteadores de pasaje privado y que los obligaba a circunscribirse a los límites fijados por la licencia que les otorgaban.
Derogar esas trabas y expedir un solo tipo de licencia, que permita al chofer operar de acuerdo con alcance de sus posibilidades, fue sin dudas una decisión que ha ayudado a paliar el déficit de transporte en el país. Los cubanos han visto en esos porteadores un alivio y hasta un ejemplo de ingeniosidad y sentido del trabajo, al ver cómo muchos de esos hombres ponen de alta vehículos viejos y con pocas piezas de repuesto.
También valoran los ejemplos de choferes respetuosos con sus clientes y de las normas de viabilidad. Sin embargo, en el lado opuesto de esa cara de la moneda se encuentran los camiones «salvajes». Al timón de estos van conductores que hacen gala de la prepotencia y sobredimensionan la ganancia por encima de la seguridad de las personas que están obligadas a proteger.
El resultado final son ciertos «rallys» a la criolla, en los cuales un camión de pasaje, sobresaturado en su carga, pasa a millón entre dos autos que transitan por la Carretera Central por su sendas y en direcciones contrarias. O en el peor de los casos, los accidentes con sus secuelas de tristeza.
Está bien comprobado que, más allá del estado de las vías y la salud técnica de los vehículos, en la accidentalidad influye de manera determinante la actitud del conductor. Su sentido del límite y el no creerse omnipotente, algo válido para los que conducen rastras o camiones de alto porte y que andan por la carretera con aires de «perdonavidas». Y apártate, tengas el derecho de vía o no, que te pasan por arriba.
Por eso, en este tema de la transportación masiva de pasajeros, a la hora de hablar de controles, habría que mencionar también y de manera insistente aquellos que regulan cordura por encima de ingresos. Pues lo que se transporta en esos camiones no son objetos inanimados embalados en cajas. La vida es mucho más que eso y felizmente, por todos los tiempos, nunca podrá caber en una cuenta bancaria.