Los ladridos de los perros que se adueñaron de un paraje espirituano alertan de las visitas. No importa el horario: ellos velan, principalmente por alguien que los quiere a prueba de todo.
Al ir a su encuentro, intenté borrar la imagen de una posible semejanza suya con cierta figura del santoral, y aunque su piel es más oscura y sin llagas, y solo lo asiste el divino poder del cariño, las cicatrices del tiempo y ese inmenso amor hacia los perros hacen que Santos Suárez Roque se empine hacia dimensiones casi mágicas.
Es de esos seres que no pasan inadvertidos. Su historia cala el alma y provoca un manantial de sentimientos.
Hará casi 15 años que este espirituano adoptivo va rodeándose del amor de esos amigos, en los cuales reconoce la compañía más fiel de su vida tras la pérdida de su padre.
Entonces abandonó su casa en Morón y se aventuró a conquistar los predios yayaberos escoltado únicamente por su manada.
Sabe bien que la vida no es fácil, y ha debido esquivar sus contratiempos lógicos con astucia y perseverancia. Su paso por el huerto de un hospital espirituano, junto a una decena de canes, le enseñó cómo se buscan alternativas.
Por entonces, los pocos quilos que ganaba eran destinados a comprar arroz y empellas para amortiguarles el hambre, pero sus amigos no entienden de economías: «Tenían que comer porque si no se morían».
Mas, desde hace un tiempo, no se ve al viejo por la ciudad. Y es que, quizá, finalmente encontró el espacio que tanto necesitaba.
Cuentan que machete en mano eliminó un gran yerbazal que crecía donde las luces de la urbe se hacen pequeñas, y junto a otros «locos» echó cercas, levantó jaulas, una casita de tablas para el baño seco de los animales, una oficina de mampostería y una cocina de leña. Nació así el Asilo Canino de Sancti Spíritus, un proyecto de la Fundación de la Naturaleza y el Hombre.
El espacio se hace pequeño: ya suman casi 60 perros que siguen a Santos con la cola en movimiento. Muchos fueron rescatados de la calle sin lazos ni jamos, y a otros los sacó de la perrera, donde ha debido dejar más de lo que tiene.
Pero no está satisfecho. Sueña con incrementar las jaulas, proteger a más canes y que el centro se convierta en espacio para la adopción de mascotas.
Al verlo querido y cuidado, feliz entre lengüetazos en las mejillas y ladridos interminables sin razón visible, a uno se le antoja que Santos Suárez Roque tiene con sus diablillos un pacto de fidelidad… Rodeado de su manada, siempre sonríe.
Y cuando ambos nos despedimos, vuelvo sobre mis pasos pensando que he conocido al príncipe de los perros.