Si he de querer al Apóstol, he de querer a Cintio. Si he de necesitar la poesía, he de necesitar de Cintio. Si he de amar el amor, he de amar a Cintio. Sin que se olvide en ninguno de los casos a quien él nombró su destinada. Porque la plenitud que emana de esta historia se ayuda del sentimiento cósmico que inundó ambos espíritus. Fina García Marruz y Cintio Vitier: la historia que soñamos nuestra.
Por esos azares del periodismo, volvemos a sorprendernos recordando cinco años de una partida hacia lo infinito, cuando hemos prometido que será más preciso honrar el aniversario del nacimiento. Por eso, aunque coincidamos con el 1ro. de octubre, tengamos a bien con estas líneas prender una vela a los 93 años de entrega de Cintio (25 de septiembre), ese espíritu reposado e inquieto, desvelado por traer a Martí a la hora actual de Cuba.
Quienes requieran de distinciones para saber de quién se habla, pueden dirigirse a cualquier enciclopedia y consultar la interminable lista del poeta. En el historial de Cintio hallará cuanto reconocimiento tuvo su época y verá su firma en las publicaciones ilustres. Pero quienes pensamos con el corazón, sabemos que no bastará la enumeración de méritos para quererle, si no fuera por esa nobleza que tantas veces ha de aplaudírsele y aprendérsele.
Rodeado de parentesco y conocidos de lo más sublime del pensamiento cubano: su esposa, su compañero Eliseo Diego, y descendiente además del filósofo y educador Medardo Vitier, el ánimo de Cintio le hizo colocarse al hombro la mochila de lo imprevisible para deambular por los terrenos más pioneros de las letras cubanas. Su vanguardismo de conciencia y no ganado por clasificación de expertos, lo lanzó al recorrido fiel a los instintos creadores de cambiar de camisa y receta para cada oración, de pasar «de la conciencia de la Poesía, a la Poesía de la conciencia».
¿Cómo llamar a quien vio en Martí la tabla de salvación? Y no es que se pretenda exagerar la devoción martiana como única virtud (una obra literaria vastísima está para desmentir excesos). Pero es preciso reconocer un alma como la de este hombre (y la unidad que lo funde a su Fina), capaz de lanzarse al mundo mágico de Pepe y devolverlo sembrado en nuestros instintos más elementales.
Labrador de la semilla que hoy alcanza casi cuatro décadas descubriéndonos al cubano inmenso: el Centro de Estudios Martianos, que comenzó a respirar desde aquella sala en la Biblioteca Nacional, en la que Cintio tuvo a bien dejarse llevar por su Fina (martiana más consciente que él cuando se conocieron en la Universidad) que le reveló un destino prendido a las ideas salvadoras.
«Siempre estoy releyéndolo y pido a los cubanos que no lean a Martí convertido en consignas, en cintillos, en frases sueltas. Tenemos que hacerlo esperando sorpresas, que estas siempre están ahí», confesaría un día quien nos entregó al ensayo Nuestra América como «documento pedagógico de suprema precisión política»; quien sintetizó a Martí en un poema para Tony Guerrero, como el hombre que dijo siempre a los cubanos: Solo será posible lo imposible.
«La patria es la patria; una obviedad, que no es tal. La patria es algo por lo que un hombre es capaz de morir y también ese algo que está en un pequeño sabor y en un gran combate. Es el dulce de guayaba y la Batalla de Las Guásimas, ¿te das cuenta? La patria es algo mínimo y máximo. No es la naturaleza, exclusivamente. Muchos de los que se han ido de Cuba se llevaron con ellos la patria», vuelve a decirnos Cintio y es imposible quedar incólumes.
Nunca compartí un espacio físico con Cintio (aunque marcho unida espiritualmente, como martiana de corazón y acción). Pero basta leer algunas de sus entrevistas para detectar ese tono cubano que bromea hasta con sus grandezas y llama «conferencitas» a sus infinitas lecciones, disparates a sus reflexiones, e incompletas a sus obras, porque ¿cómo van a nombrarse completas las obras de un hombre incompleto?, bromea. O cuando espeta que no entiende un verso que Lezama le ha regalado en la contraportada de su texto Epifanías. Basta también con saber que dijo que lo más importante en su vida es haber tenido hijos músicos.
Y no es que se empeñe este recordatorio en terminar en versos; es que la poesía es la forma más pura de sentir a alguien. Como si él tomara estas líneas prestadas para estar un rato con ella: «Te amo, lo mismo/en el día de hoy que en la eternidad,/en el cuerpo que en el alma,/y en el alma del cuerpo/y en el cuerpo del alma,/lo mismo en el dolor/que en la bienaventuranza,/para siempre».