Si pudiera llevarme algo de Cuba en mi mochila, no tendría por dónde acabar, y no es para menos, ya que en este ajiaco —con permiso de Don Fernando Ortiz, a quien también me llevaría— hay tantas cosas maravillosas que dicha empresa resulta casi imposible por su belleza, diversidad, y hasta sus contradicciones. Ya lo decía el dúo Buena Fe: «…Una Cuba muchas Cubas».
Ha sido un viaje enriquecedor, una especie de termómetro conociendo de primera mano en cada centro educativo, empresa y comunidad que visitamos, las preocupaciones, carencias, éxitos, expectativas de cada territorio, junto al amor entrañable por toda Cuba y la Revolución.
Esta idea, en saludo al aniversario 25 del Movimiento Juvenil Martiano, se gestó con el objetivo de llevar por todo el país el Diálogo de Generaciones, la hermosa y profunda iniciativa de Armando Hart Dávalos de conectar a la generación que hizo la Revolución con quienes deben conducirla al futuro.
Resultó ser un espacio que llegó para quedarse, ya que se hace urgente recuperar la cultura del debate, el intercambio sano y bienintencionado de ideas, el respeto por el pensamiento distinto, fruto del amor por Cuba y su heterogeneidad.
Ya lo decía Martí: «¿Por qué no han de decirse los pensamientos como ocurren en la mente? Ya que: «Pensar es prever», e indudablemente se hace necesario seguir tejiendo, previendo y actualizando el país con el concurso de todos.
Pero lo más bello de este recorrido era cuando preguntábamos ¿Qué guardarías de Cuba en tu mochila? Las respuestas fueron de todo tipo, resaltando el sentido de pertenencia por la Patria y su cultura. Algunos dijeron que llevarían a Cuba completa al igual que su gente, su paz, su cultura, sus costumbres, su Revolución con todas sus conquistas y defectos.
Otros quisieran llevar a Elpidio Valdés y María Silvia; la risa de los niños volando papalotes, el aire con olor a solidaridad, el cariño, el amor de su gente, la pelota, el deporte, el baile, las montañas, la cerveza de los carnavales, la raspadura, el guarapo, las colas, la inagotable hermosura de sus mujeres. Otros llevarían la diversidad, un pedazo de décima mezclado con ron, tabaco y caña; una palma real, la literatura, el humor, el danzón, el son, la conga santiaguera, los carnavales; el sombrero de guano, la libreta de abastecimiento, una guayabera, una guía de la serie nacional, un pan, el dulce de coco, el café con chícharo y hasta la caldosa de los CDR, junto al pollo por pescado.
También la belleza de algunas ciudades, la historia, el patrimonio, el sentido de pertenencia, el mar, la arena de sus playas, un poquito de sol, el calor humano, las buenas costumbres. Un niño en Santiago de Cuba llevaría su «Dinosauyo» y una libreta, mientras los formidables choferes —Carlitos y Luisito— que nos condujeron en esta travesía, llevarían la capacidad del cubano para sentirse todos una familia. Una joven de la escuela formadora de maestros Rafael María de Mendive, en Sancti Spíritus, solo llevaría en su mochila un pomo de agua para romper monte y ciudad, ya que sus ideas y sus valores «los llevaba bien arraigados». Al reflexionar sobre la confianza que se dice tener en los jóvenes, mencionó que ella y su generación se encargarían de demostrar que no debía de haber incertidumbre.
Hay tantas cosas útiles e inagotables que podríamos guardar de Cuba en una mochila, la mochila espiritual que nos acompaña día a día… al igual que muchos también llevarían el sudor, el esfuerzo, la abnegación y la persistencia de los obreros que sin importar complejidades llegan a tiempo y cumplen de la mejor manera con su trabajo. Llevaría la pasión por enseñar de los maestros y no podrían faltar todos y cada uno de los técnicos y profesionales que en cualquier área pueden resolver incontables problemas; llevaría a los héroes y ángeles de batas blancas que en el mundo y la propia Cuba salvaguardan millones de vidas.
No podría faltarme de Cuba en mi mochila el ejemplo de los Cinco, el compromiso de seguir clamando por su libertad; la defensa de los pueblos de su autoderminación, el internacionalismo, el antiimperialismo. No dudaría tampoco en llevar la fuerza de Maceo, el heroísmo mambí y los infatigables guajiros de la tierra.
La dinámica de cada encuentro era muy sencilla; es difícil ser invulnerable al arte, y una canción defendida con la mayor maestría de un artista talentoso y sensible como Diego Gutiérrez, era la garantía para recordarnos que todos tenemos una banda sonora en nuestra vida, que puede retornarnos a nuestro batey, cuadra, amigos, infancia, seres queridos y más…
Así entonces el trovador —a quien muchas quisieron llevar en la mochila— acariciaba su guitarra con el beneplácito general, para que interviniera luego el intelectual que nos acompañaba en el periplo.
En Oriente tuvimos la fortuna de contar con la presencia del intelectual Luis Toledo Sande, que con su habitual sapiencia, vocación y objetividad, ofreció consideraciones sobre la Cuba actual y el llamado a cambiar la mentalidad, explicando magistralmente en cada espacio los retos que enfrenta el país, haciendo un análisis crítico de la actualidad, despejando muchas inquietudes y promoviendo el debate.
En el Centro nos acompañó Iroel Sánchez, quien insistiera en no perder la vocación por la lectura como método de aprendizaje y defensa, la erradicación de algunos prejuicios y estereotipos; así como en el uso adecuado de las tecnologías. En la zona occidental, el joven intelectual Adalberto Hernández hizo hincapié en lo lejos que a veces tenemos a Martí, con lo cerca que está; mientras que Fernando León Jacomino —quien hiciera la gira completa como productor— reflexionó sobre la premisa martiana de que el primer deber del hombre es pensar por sí mismo, lo cual trae un precio que se debe estar dispuesto a pagar, siendo esta la verdadera actitud del revolucionario, que rechace el odio, la envidia y la mediocridad.
Se abordaron temas como el latente racismo, las ilegalidades, las indisciplinas sociales, los valores, las nuevas tendencias y el consumismo en jóvenes y adolescentes; la desvinculación escolar y laboral, las aspiraciones personales, el escepticismo, entre otros temas en los que se hace necesario ahondar, junto a los organismos e instituciones encargados de velar por dichos asuntos.
Este no era un ejercicio sobre la emigración, como algunos pudieron errónea e inocentemente entenderlo por momentos, sino de amor por la Patria, donde nunca para la mayoría podía faltar la bandera, sinónimo de orgullo, dignidad y gloria. La mayoría mencionó querer llevarla en su mochila junto a Fidel y la inagotable luz y ejemplo del Apóstol, que más que nunca debemos seguir en tiempos que parecieran a veces sombríos.
*Psicólogo colombiano graduado en Cuba; miembro del ejecutivo nacional del Movimiento Juvenil Martiano.