Los vacíos suelen no estar tan vacíos. El término se emplea por comodidad de la expresión. Un novelista cualquiera podrá decir de alguno de sus personajes: se arrojó al vacío. Y si en realidad estuviera vacío el vacío, el infeliz argonauta no encontrara abajo el duro suelo de roca, o las aguas de un río o de un lago…
No intento escribir una nueva teoría sobre física, ni cosmología; ni siquiera me referiré a las nebulosas que se interponen entre la moneda y los precios. Más bien, he empezado a reflexionar en marcha atrás, que es la dirección que me impuse cuando hace varias semanas apareció el primer aviso de Ojo, pinta.
Yendo a lo más humano, cuando decimos que este o aquel están vacíos, nos equivocamos. Porque si por dentro carecen de virtudes como la modestia y la honradez, sus acciones, en cambio, están llenas de fatuidad, prepotencia, petulancia, vanidad, es decir, defectos de la misma familia y que he señalado con afán de redundancia. Por tanto, no son seres con el ADN de los vacíos. Ojalá les perteneciera esa marca genética, de modo que se les pudiera rellenar, como se rellenan —a veces con intenciones vacías de pureza— las botellas de ron malo, incluso del bueno.
En lo social o político, que es el asunto de mi aviso de hoy, y arriesgándome a una definición metafórica, los vacíos vienen siendo como los «agujeros negros» que dicen los astrónomos. Podrían parecernos, en el colmo de la ignorancia, estar en blanco, esto es, sin nada dentro. Pero luego de abrir la puerta, toparíamos con el tráfico de los remolinos y meteoritos de la indiferencia. O de la improvisación. En una fórmula breve: al menos socialmente, vacío no es igual a vacío según nuestra percepción limitada y contradictoria.
Si en cualquiera de las instancias que cuadriculan a la sociedad, quien posea facultades para decidir sobre esto o aquello prohíbe ciertos actos o niega ciertas facilidades, los ciudadanos no experimentarán la sensación de vacío… Porque el vacío y los vacíos son magnitudes y sensaciones relativas. Y recurrir a una frase inscrita en el diccionario de la vaciedad: «No se puede», y también prohibir, negar, obviar, no equivalen a dejar las cosas en la nada, lo impalpable, lo invisible. No significan, en términos más esotéricos que, si los ignoráramos, los problemas desaparezcan.
Los vacíos son implacables: continúan llenándose con la creciente demanda vital de las necesidades…