Sobran jóvenes para soñar. Sobran las ganas de hacer. Sobran ideas para volar. Sobran aventuras que hagan estremecer. Nadie vive sin opción o espacio. Nadie está condenado al olvido o a marchitarse. Existen opciones para elegir cómo idear una existencia que trascienda más allá del tiempo, de las dimensiones palpables, de la cordura que apresa. ¿Cómo llegar a ese camino infinito? ¿Cómo ponerse del lado de la vida? ¿Cómo hallar la dimensión de la dicha?
Conquistar. Hay que conquistar. Conquistar el viento. Conquistar el valor. Echar las alegrías en un bolsillo para volver el paso más ágil. Salir a crear por el placer de hacer lo que estremece. Dar sentido a los movimientos y guiarlos por esa senda de donde solo derivan acciones plenamente sentidas, guiadas por el compromiso con uno mismo y no con las circunstancias. Pero, ¿cómo conquistar dentro de este mundo tan lleno de otras urgencias?
Convidar a cualquiera hacia una fiesta siempre depende de sus ganas iniciales de ir. Pero esos deseos muchas veces son el resultado de una incitación perfecta, llena de atractivos, que hace todo el trabajo, que se encarga de envolver y llenar de sentido lo que muchas veces pareció imposible o distante. Claro, luego invitación y actividad deben estar en consonancia total porque si no, se logrará el engaño esa vez, pero no surtirá efecto para la próxima pues el incitador habrá perdido toda credibilidad.
La comunicación debe fluir por la vía más transitable. El deber no siempre resulta forma de obligación. Como todos los días no son de fiesta, tampoco lo son de compromisos. Es por ello que muchas veces se rechaza un lugar, un ambiente, una persona, una forma de hacer: por ligarla a cuestiones puramente imperativas.
Tampoco quiere decir que sea «la fiesta por la fiesta». Así «no tiene mucha gracia», es fácil contagiar. El secreto está en atraer a lo fructífero, a lo edificador, al contenido, sin que ello esté en divorcio con la forma.
Hay muchos modos de lograrlo. A mí, por ejemplo, un amigo me sedujo. No se valió de estrategias complicadas, no trazó un plan siniestro. Me fue envolviendo en su ambiente lleno de energía y pasión y consiguió redefinir mi rumbo. No siempre ocurre así, tan efectivamente; algunos luchan sin descanso por propagar el bien y no lo consiguen. Algo faltará, porque al menos de vez en cuando es posible algún asentimiento, una seña partícipe.
De todos modos, sea cual fuere el límite del resultado, hay que intentarlo. Debemos inventar una dinámica para convidar a todos sin homogeneizar los modos (he ahí un detalle significativo) porque cada uno siente diferente.
Alguien me comentaba sobre el enorme potencial que existe en la juventud y todo cuanto se pudiera hacer desde y con ella. Y es cierto. Líderes de opinión no faltan en cada espacio. Pero ¿están interesados en construir sentidos? ¿Tienen conciencia de su rol?
¿Cómo propiciar, en todos los ámbitos, la complicidad de los jóvenes con los guiños que lanza la realidad? Volvemos a la conquista. A una conquista equilibrada, que atraiga y sustente ideas. Ninguna de las dos intenciones debe divorciarse de la otra. Como enseñó Ernesto Guevara (sin que muchos aún comprendan la esencia de ese justo medio): jóvenes alegres pero profundos.
La juventud cubana jamás debe olvidar las esencias, los contenidos, las heroicidades cotidianas; debe recordar en la música de Silvio que Todo el mundo tiene su Moncada.
Sin que se olvide la unidad en el pensamiento. Porque tampoco se trata de cercenar un grupo por «diferencias» tan mínimas que no valga la pena ni advertirles. Ahí también se peca de extremismos. Hay que llegar a ser uno. Y enfilar por ese camino que conduce hacia la fórmula para conquistar a todos.