Dos veces coincidí con él en La Habana. Una fue en un restaurante de Miramar donde yo cenaba con un amigo y él con varios, y la otra en un hotel del Vedado donde yo estaba con muchos y él con uno.
Como no soy el tipo de persona que se presenta sin ser invitada, en ninguna de las dos ocasiones me le acerqué ni tan siquiera para decirle lo tanto que lo admiraba como novelista, y que había leído todas y cada una de sus obras. No es que encuentre nada raro en que una persona se presente ante un personaje famoso y trate de compartir con el mismo, como mínimo, un saludo amistoso, pero ese no es mi estilo. Nunca lo ha sido, y me sobran los ejemplos, pues en muchas ocasiones y en diferentes países me he encontrado compartiendo el mismo lugar con grandes escritores, políticos, artistas, etc., sin intercambiar palabras.
La muerte de Gabriel García Márquez, a pesar de ser esperada por su avanzada edad, me ha impactado personalmente. Para mí y para muchos, se trata de uno de los mejores escritores del mundo, y para mí y para muchos es el mejor novelista de América Latina. La primera novela suya que leí fue Cien años de soledad.
Recuerdo que cuando la terminé, inmediatamente comencé a releerla, y a través de los años, después de aquellas primeras lecturas, la he releído varias veces más. Es muy probable que haya sido yo quien compró uno de los primeros ejemplares de este libro que llegaron a Miami, en la librería de un amigo en la cual tertuliábamos diariamente un grupo significativo de cubanos. Después de leer aquella joya de la literatura latinoamericana y mundial, recuerdo que afirmaba con vehemencia en aquellas tertulias que Cien años de soledad marcaba un antes y un después en la literatura de nuestra América.
Aquí en Miami la ultraderecha cubanoamericana se ha cansado de desprestigiar, durante décadas, la figura del Gabo, como lo nombraban sus amigos. Por supuesto que muchas de las infamias que aquí se han dicho sobre el famoso escritor colombiano han venido de personas que, lo más probable, nunca se han leído ni una página de sus libros.
La incultura de estos cavernícolas proviene del hecho de que, en la oscuridad de las cavernas, no hay suficiente luz para leer. Las descargas de odio que estos elementos han vertido sobre él en esta ciudad han sido no por su forma de escribir, sino por la amistad que siempre mantuvo con Cuba y con el líder de la Revolución Cubana.
De todo el boom de escritores latinoamericanos que desde un principio admiró a la Revolución Cubana, Gabriel García Márquez fue uno de los que no se echó para atrás. Murió siendo amigo de Cuba, de su pueblo y del indiscutible líder histórico de la Revolución, y eso dice mucho de su personalidad, ya que esa lealtad a la amistad con Cuba le trajo muchísimas críticas dentro de los medios controlados por los grandes intereses de la derecha internacional y, además, por grandes escritores latinoamericanos que, en su envidia literaria hacia él, no se cansaron de reprocharle su posición hacia Cuba.
Gabriel García Márquez ha abandonado el mundo material, pero el realismo mágico que tan bien desarrolló en su mundo literario no lo va a abandonar a él. Su obra queda entre nosotros; sus cuentos, sus novelas, sus crónicas periodísticas, permanecerán por generaciones y generaciones. Por eso, no hay que decirle adiós al escritor, sino hasta siempre. Esté donde esté, me imagino que su incansable espíritu ya estará escribiendo.
*Periodista cubano radicado en Miami