Enseñar una lección puede costar varias estrategias. Incluso todas, cuando el aludido no se da por avisado, ni enseñado, ni asustado, ni cambiado. Se intentan varias vías, se gasta hasta la última bala, se sacan los ases bajo la manga… pero ¿todo se vale? ¿Cualquier fórmula es legítima?
Ciertos anuncios televisivos que me inquietan desfavorablemente roban varios minutos en el horario estelar, antes o después de la novela de turno. Abordan, entre otros temas, el dañino hábito del tabaquismo, las consecuencias de ingerir comida mal elaborada o los cuidados que deben tenerse frente al asma.
Pero a mi juicio, y al de muchos con quienes he compartido estas valoraciones, sin conocer casi nada de los procedimientos para diseñar campañas de salud, uno podría afirmar con resolución que no se escogió la mejor manera de transmitir valores. Y no se trata en este caso de su efectividad, su estética o su realización. Los miro, los analizo, los valoro… y acabo en la misma conclusión: no son válidos éticamente.
La primera vez que «choqué» con ellos, empecé a escuchar datos sobre George Harrison —como un homenaje o biografía ensalzadora que detallaba muchas de sus virtudes. Entonces caí en la trampa y presté atención a la historia conocida de ese talentoso ex Beatle que tanto admiro.
Un minuto después no lo podía creer: se estaba hablando del músico para decir que su muerte había sido provocada por el hábito de fumar. Primero me golpeó la falta de balance: nos enredaron muchos segundos para repentinamente dejarnos caer en una trampa asombrosa. «Uno se siente engañado», me dijo una amiga.
Porque la táctica pretendía ser impactante, como de minicuento al estilo de Augusto Monterroso. Pero más bien me causó escalofríos, cual película de horror de segunda, la iniciativa de utilizar los supuestos errores de un ídolo como escarmiento para enseñar que nadie está exento de estas realidades, como reza el eslogan de dicho espacio.
Aun sabiendo que un viejo refrán llama a poner las barbas propias en remojo cuando se ven las del vecino arder, incluso conscientes de que escarmentar por cabeza ajena es una experiencia sabia… la verdad de estos proverbios esta vez no se me ajusta a la realidad.
El anuncio realmente consiguió dejarme sin aliento, pero no por el humo del cigarro al que intento no acercarme, sino por el sobresalto de ver una historia de vida tan grandiosa utilizada para aleccionar de un modo que se antoja irrespetuoso.
Fue el colmo ver a José Lezama Lima —tan nuestro, tan universal, tanta poesía hecha persona—, también colocado en pantalla para tratar los hábitos de vida de un enfermo de asma. Igual ocurrió con Mozart y el cuento de que pudo haber muerto por una enfermedad probablemente causada por alimentos mal cocinados, afirmación apoyada por imágenes de cualquier embutido de una cafetería cubana.
Para quienes amamos la música, la literatura o cualquiera de las artes defendidas por estos dignos exponentes, este modo de comunicación casi llega a traducirse en lo contrario. Porque admiro a Harrison, a Lezama, a Mozart y a todo el dios que coloquen como lección con una vida que, por las razones y enfermedades que haya sido, desembocó en muerte repentina. No considero que mostrarnos sus vulnerabilidades sea una forma de obtener conductas más responsables.
Porque siento ganas de decir que Lezama con su pluma, Harrison con su guitarra y Mozart con sus melodías, hicieron llegar más reflexiones y sentimientos que los que intentan transmitir estos spots.
Hay que evitar el cigarro, protegerse del asma y atender a lo que se ingiere por ahí. Pero también se precisa analizar mejor las estrategias que empleamos para llevar estas cuestiones a las conciencias de todos. Porque, como había dicho antes, no vale todo con tal de transmitir una lección. No puede ser buena táctica escarmentar en cabezas tan geniales.