Mientras en la pantalla televisiva un reportaje reciente exaltaba a los obreros de una fábrica que sigue ofreciendo frutos con una tecnología de la década del 20 del pasado siglo, recordaba Polvo Rojo, ese clásico del cine nuestro, donde el Presillas, «enamorado» por el Che, arranca la niquelífera cubana de la Revolución contra todos los demonios.
Pero junto a las imágenes del filme, una pregunta llenaba mi mente: ¿Es esa la concepción que deberá prevalecer en un país que vive un cambio de época, o una época de cambio?, para no entrar en disquisiciones teóricas de otra naturaleza...
La filosofía de la resistencia nos obligó a desarrollar un culto a la reparación, y hasta el remiendo heroico de lo antiguo. Es cierto que la mayoría de las veces no hubo otra alternativa. Hacer parir a las fábricas que intentaron paralizarnos era un grito de vida, incluso de superación e innovación.
En nuestra circunstancia, el movimiento del Fórum de Ciencia y Técnica merecería su monumento, porque ha sido la expresión de la sutileza y la creatividad criollas, clavadas como hacha sobre la tierra ante la inminencia de las tempestades.
Y aunque el tramo para superar los obstáculos que nos hicieron subsistir de esa manera aún es largo y tortuoso, presiento que la exaltación de lo añejo «remendado» está entre los asuntos en que debemos irnos mudando —en la medida que lo permitan los recursos— hacia otra mentalidad, como nos impele la actualización. Cuba, como transpiran los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, tiene que dejar atrás los tiempos en que administraba crisis para administrar el desarrollo, como comienza a hacer, y lo han sustentado incluso las más altas autoridades del país.
No se trata de mirar con vergüenza un pasado que merece la glorificación, porque le permitió al país mantener las bendiciones de la independencia y el mejor pan y la justicia compartidas, aunque las nuevas circunstancias nos impidan anclarnos en fórmulas del pasado.
La obsolescencia tecnológica es uno de los problemas que pesan sobre la eficiencia, competitividad, sostenibilidad ambiental y la capacidad de inserción internacional de nuestra economía. Entendidos afirman que nuestro parque industrial requiere de modernización en más del 50 por ciento.
De otra parte, el paso de los modelos extensivos a los intensivos es una exigencia del acentuado envejecimiento poblacional, que ya crea escaras en sectores cruciales del país, en un fenómeno cuya tendencia será la agudización.
Para graficarlo con un ejemplo concreto, baste decir que 137 de los municipios del país viven de la economía agropecuaria; sin embargo, ya en estos momentos la agricultura no repone nacionalmente su fuerza de trabajo, lo cual indica que, junto a otros pasos, las inversiones tienen que ser intensivas en técnica.
Alienta entonces que, como estrellas de Belén, la Feria Internacional de La Habana cobijara dos actos en la presente semana que apuntan a que el país comienza a pisar nuevos terrenos frente a este desafío.
La presentación de la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, primera de ese tipo con la que contará el país, será una puerta ancha para atraer hacia sus diversos parques —biotecnológico, agropecuario, industrial…— tecnologías revolucionarias y ambientalmente amigables, que permitan primero actualizarnos y luego sedimentar una renovada cultura tecnológica que apunte al futuro.
También en Expocuba se mostraron las nuevas organizaciones superiores de desarrollo empresarial del sector industrial, y se anunció la realización el año próximo de la primera feria internacional del sector.
A esos buenos augurios se unen los llamados esquemas cerrados de financiamiento, que posibilitan a ramas claves no solo sostenerse, sino mantener una dinámica de renovación tecnológica, además de que el país comienza a desarrollar creadoras formas de planificación a corto, mediano y largo plazos, que incluyen hasta los municipios.
En definitiva, que esas «viejas con colorete» —sin desdeñar lo antiguo—, en que no pocas veces devinieron nuestras fábricas, comiencen a transformarse en «pepillas» impetuosas, dispuestas más que a sobrevivir, a conquistar el mundo.