No es para asumirlo formalmente, con el aburrimiento de lo preconcebido. El Anteproyecto de Código del Trabajo que se somete hoy a consulta con todos los trabajadores para enriquecerlo con la sabiduría popular, es algo muy serio, que decidirá los principios, el carácter y los alcances de las relaciones laborales en la Cuba del siglo XXI.
Aunque poco se ha filtrado aún de los aportes y tendencias más recurrentes en su discusión en los colectivos del país, el proceso de análisis se muestra nada lineal ni homogéneo, como reflejo de una sociedad que se diversifica, en tiempos de cambio.
Entre esos matices, no podía faltar en ciertos sitios la maldita herencia de viejos formalismos que tanto nos han lastrado: el pasar por alto, en una aburrida lectoría sin mera preparación y motivación, lo que trasunta esta excepcional convocatoria. Algo así como cumplir un mero requisito, llenar una insulsa acta, y aquí todos contentos.
Pero allí donde se sopesó la trascendencia de este «parlamento obrero» —a la usanza de aquel aluvión democrático de los años 90 del pasado siglo—, se están generando controvertidos debates en torno al papel del trabajo en nuestra sociedad, las relaciones empleador-empleado, los desafíos que tiene el sindicato en medio del proceso de cambios que registran la economía y la sociedad cubanas, y los derechos y deberes de los trabajadores, entre otros tópicos que necesitan una relectura y actualización.
A nadie le es ajeno en este proceso de análisis que, tal como se delinean los cambios en el país, en consonancia con los Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución, vamos dejando atrás el acendrado paternalismo estatal que tanto acomodó a las personas a esperarlo todo de arriba. Pero, en la propia discusión del Anteproyecto, se vislumbran preocupaciones en cuanto a que esta excesiva sobreprotección que hoy se revierte, vaya a dar el bandazo —característico en Cuba— de afectar conquistas y derechos de los trabajadores alcanzados con la Revolución, y facilitar concepciones tecnocráticas.
Otra inquietud, que comparte este redactor, es que con la diversificación de formas de propiedad y de gestión, la reaparición de empleadores privados, una suerte de patronos redivivos, vaya a dar al traste con ciertos derechos de los trabajadores en la práctica cotidiana, más allá de la legislación y las normativas que puedan preservarlos de palabra.
También hay que meditar profundamente que con la tan ansiada descentralización de la empresa estatal, y la toma de decisiones allí abajo, algo tan saludable para la economía y para la democracia, pueden producirse injusticias y decisiones arbitrarias que solo los controles sistemáticos y un sindicato fuerte y representativo puedan neutralizar.
Estamos delineando, con el aporte de todos, el principal cuerpo legal en materia de trabajo del país. Y no podemos soslayar que, con el aún vigente Código del Trabajo que será reformado, se registran muchos quebrantamientos de la legislación laboral, indisciplinas y violaciones que no siempre encuentran un desenlace justiciero riguroso por parte de las instituciones.
Por lo tanto, podremos enriquecer el Anteproyecto, y aprobar en nuestro Parlamento, el Código del Trabajo más avanzado y abarcador; pero, si no lo hacemos cumplir en la vida cotidiana, habremos perdido la batalla en la construcción de nuestro modelo de socialismo. Ahí nos va todo.
En tal sentido, un horizonte de descentralización y diversificación, un país que cada vez más se gestará mucho más desde abajo, requiere de un movimiento sindical muy fortalecido y protagónico, que, como Lázaro Peña preconizó, estuviera al lado de la Revolución, pero en su rol de contrapartida, defendiendo los derechos de los trabajadores, y no en papel de segundones de la administración. Un sindicato que logre el verdadero empoderamiento de los trabajadores mediante diversas formas participativas más allá de palabras y meras intenciones, en la dirección y el control de la gestión estatal y pública, y en la extirpación del maldito burocratismo y autoritarismo que tanto nos frena.
Si se ha convocado a debatir masivamente el Anteproyecto de Código del Trabajo, es porque nadie puede arrogarse la última palabra sobre tema tan cardinal. Y porque la verdad se construye mejor entre todos. Mucho nos enseñó el debate popular de los Lineamientos, que dejó un sendero y un estilo de la democracia de alcances aún insospechados para nuestro socialismo.
No le temamos a las discrepancias en el análisis del Código del Trabajo. De ahí saldrá la luz que no dejará apagar el socialismo cubano.