Están junto a mí, hace días, en mi oficina. Ahora contemplo otra vez la foto y vuelvo a evocar el estrechón que, sin llegar a ser abrazo, les permitía transmitirse la satisfacción de hallarse frente a frente.
Era el mes de diciembre de 1994, y Fidel y Chávez se veían por primera ocasión en el preámbulo de una hermosa y profunda amistad que también sería concertación para laborar juntos por la Patria Grande... Quién pensaría que después habría un Alba!
Aquella visita del entonces teniente coronel retirado del ejército de Venezuela impactó a todos quienes seguimos esas primeras horas de Hugo Chávez en La Habana.
Vestía el liki-liki típico venezolano y la boina roja que le acompañaría muchas veces después de llegar a la presidencia, y hablaba con el mismo ardor con que enamoró y abrió los ojos de su pueblo y de los pobres del mundo; con la misma convicción y la firmeza con que le cantó las verdades a todos los imperios.
A Latinoamérica le había nacido otro hijo excepcional que la tierra cubana sentiría como suyo, a cuya gente conquistó con su pasión revolucionaria.
Aún tenía el rostro terso y alargado, y con apenas 40 años ya había formado a jóvenes oficiales de la Fuerza Armada en el amor a Bolívar y a Martí, de quien tomó algunas frases que erizaron la piel de sus superiores el día en que le pidieron un discurso para los cadetes… También había sufrido la cárcel que le costó aquella sublevación-aldabonazo del 4 de febrero de 1992.
Su fervor en el decir caló el alma de todos quienes le escuchamos durante aquel apretado día y medio de presencia en La Habana, en conferencias y visitas donde, con ese modo suyo desenfadado, fue desnudando de a poco su vida y su alma de patriota venezolano y latinoamericano.
Fascinada anduve tras su pista por 30 y tantas horas en procura de una declaración, sin saber que 14 años más tarde me llegaría la fortuna de estar a su lado. Fue en el Palacio de Miraflores y él recibía a un grupo de colaboradores de la Isla. Coloquial y hospitalario, seguro quería que nos sintiéramos cómodos junto a él. Entonces, como cualquier vecino, me comentó que tenía una lastimadura en la boca. Se dejó sentir tan «terrenal» que me tomé la atribución de «recetarle» un remedio cubano…
Para esos días de inicios de 2009 vestía el verde olivo con los grados de Comandante en Jefe. Ya había logrado ser el primer hombre en Latinoamérica que consiguiera hacer una Revolución desde el poder que le dieron las urnas, pero seguía siendo el mismo combatiente de filas del convulso 1994 para América Latina, cuando respondió la única pregunta que conseguí hacerle en medio del asedio de los reporteros en el aeropuerto. Partía de La Habana a homenajear a Bolívar en Santa Marta.
«¿Cómo describiría a Hugo Chávez?», le pregunté. «Un revolucionario de hace muchísimos años», respondió. «Un soldado angustiado por toda esta tragedia. Dispuesto a entregar la vida, cada día, cada noche y cada segundo por la causa de los pueblos de América Latina…»
Como soldado se alzó, conquistó la victoria electoral, hizo la Revolución y emprendió el camino a un Socialismo nuevo.
Como soldado combatió la dolencia que nos lo arrebata tan pronto.
Pero no debe irse angustiado nuestro Comandante-Presidente. Su obra no perece si el pueblo dice que «Chávez somos todos».