En lo concerniente a escándalos de grandes empresas farmacéuticas, todo hace indicar que el año 2012 va a ser uno de los más señalados. Y este hito no estará determinado, precisamente, por una multa de 1 600 millones de dólares aplicada en el mes de mayo a los laboratorios Abbott, los cuales fueron enjuiciados por certificar falsamente el provecho de uno de sus productos (el ácido valproico) para el tratamiento de una determinada afección.
En verdad el hecho más señalado —del que también dieron cuenta diversos medios y sitios sobre ciencias— ocurrió a principios del mes de julio de este año, cuando se dio el veredicto final de un proceso en el que estaba comprometida la segunda empresa de productos farmacéuticos más grande del mundo, la británica GlaxoSmithKline (también conocida por las siglas GSK).
Los cargos no solo se relacionaron con la promoción de ocho medicamentos para usos no aprobados —como sucedió con Abbott—, sino también por no presentar informes trascendentales, empalmados con la seguridad farmacológica.
El castigo fue otra multa sideral: ¡3 000 millones de dólares! Hasta el presente, es la más alta impuesta a una empresa farmacéutica dentro de Estados Unidos.
GSK pudo aceptar el mea culpa (expresión culta de arrepentimiento por una falta conocida) después de no pecar de ignorancia: tantas evidencias en su contra no podían ser disimuladas y mucho menos defendidas.
Sobre todo, las imputaciones recayeron principalmente en tres medicamentos: dos antidepresivos, paxil (paroxetina), wellbutrin (bupropion); y uno destinado al tratamiento de la diabetes mellitus, avandia (rosiglitazona).
La farmacéutica admitió haber lanzado inapropiadamente los dos antidepresivos para usos no aprobados por la agencia reguladora de Estados Unidos; incluido el tratamiento de la depresión en menores de edad, y otros trastornos como la obesidad, la ansiedad y la adicción. Asimismo reconoció haber ocultado datos sobre la seguridad del antidiabético avandia.
Este último medicamento es el que más ha sensibilizado a la opinión internacional. Lanzado al mercado en el año 2000, su promoción multimillonaria permitió la rápida generalización de su uso. Tanto, que se estima que en 2010 era consumido por cerca de dos millones de diabéticos en el mundo.
Pero ese mismo año era retirado de Europa por el alto riesgo de desarrollo de infarto cardiaco. Este evento adverso es considerado como muy grave y podía acontecer en más del 40 por ciento de las personas que lo consumían. Las pruebas fueron publicadas oportunamente en 2007 en la revista norteamericana The New England Journal of Medicine.
Sin embargo, una vez más se hizo realidad esa máxima que como adoración asumen muchos ricos: «El dinero todo lo compra». Sin importar el daño que causarían, directivos de la empresa, en vez de retirar oportunamente el medicamento, continuaron su mercadeo irresponsable (reportes de BBC Mundo y Telesur, entre otros, brindaron pormenores acerca de esta situación). Para ello emplearon muchos recursos.
Uno de estos fue una especie de contraofensiva mediante el financiamiento de un estudio publicado en 2009 en otra revista norteamericana de gran impacto: The Lancet. En el mismo intentaron demostrar la seguridad del fármaco, al no advertirse un incremento en las tasas de hospitalizaciones por enfermedades cardiovasculares o muerte, comparada con otros medicamentos similares.
Con el tiempo se supo que fue indudable la manipulación de los resultados para influir en la decisión de los médicos y las agencias reguladoras.
Otra de las estrategias fue el soborno de los médicos. La GSK sufragó fastuosas vacaciones de galenos que les eran devotos, desembolsó importantes sumas para que muchos de ellos pudieran asistir a conferencias, junto a otras acciones que no tenían que ver con el trabajo científico y sí con una vida frívola, colmada de adulaciones. De esta manera creaban en el personal médico un compromiso ineludible para que prescribieran sus productos.
Rápidamente emergieron negativas consecuencias como esta: se estima que cada año acontecieron en el Reino Unido mil infartos entre los 109 000 diabéticos que consumían avandia.
Ahora bien, lleven esta proporción a escala mundial. Nos pesa mucho pensar en los perjuicios causados por tanta irresponsabilidad. Entonces, estamos obligados a recapitular en la multa impuesta.
Para una empresa que tuvo en 2011 ventas declaradas de más de 40 000 millones de dólares y ganancias de más de 9 000 millones, la «pequeña multa» no puede ser muy preocupante desde el punto de vista financiero; solo fue un pequeño golpe. Mientras tanto, el mundo y el actuar de esa entidad muy probablemente seguirán la misma ruta desalmada de hasta hoy, si de ganancias se trata.