Guerrero y soñador, así se define Ramón. Y cuando este hombrón de 1,90 de estatura despierta, incluso a pesar de los barrotes que le impiden el paso, el regreso, el abrazo con los suyos, seguramente sonríe. Ramón es un hombre grande, y no solo por esa altura que impresiona y por la que hay que mirar al cielo para hablarle. Ramón Labañino se escuda de la injusticia a fuerza de pura nobleza.
Quizá esa sea la razón por la que imaginar su amanecer a un nuevo cumpleaños tras las rejas, no deja una mueca o una frase triste. Ramón, como cada uno de los antiterroristas cubanos, es un hombre valiente y optimista, aferrado a la tozuda razón que les asiste. Admirable. Seguro estará todo lo feliz que es posible este día, especialmente por esa compañía espiritual llegada desde puntos lejanos del planeta.
Y más cerca que nunca estarán sus hijas, su esposa, esa mujer que se eleva hasta alcanzar un cometa remoto de la Vía Láctea cuando, sin derrumbarse, confiesa que extraña a su hombre cada segundo, incluso para pelearle. Ramón se inventará un día más, quizá cambie de rutina abruptamente —como dice que hace con frecuencia—, quizá juegue una partida más de ajedrez o lance al aire algunas patadas de artes marciales; seguro escribe, tal vez le nazca un poema…
Habrá que pensar con fuerza a Ramón, este 9 de junio, porque la fiesta por su vida necesita llegar hasta su encierro. Arroparle; luchar porque esa celebración sea pronto en su casa, con su familia, en esta tierra, es una deuda de amor perenne.
Los Cinco ya no son los muchachos sonrientes de aquella primera foto que todavía se usa en los carteles. Poco queda del negrísimo cabello de Ramón o de su poblado bigote; sin embargo, permanece la expresión bonachona en su rostro. En contraste con la opulencia ejercitada de su cuerpo, ese brillo en la mirada delata su sensibilidad.
Aquellos a los que en las distintas prisiones estadounidenses identifican como «Cuba», son reconocidos incluso por sus carceleros como hombres a todo. Gerardo, Antonio, René, Fernando y Ramón, a pesar de la distancia, de toda clase de torturas psicológicas durante estos larguísimos e injustos años de cárcel, toman siempre la forma de esta Isla y ascienden. Aunque héroes, o sobre todo por eso, ríen, sufren, participan en la educación de sus hijos, pintan, escriben poemas, jaranean, sueñan con la libertad y tal vez con tomarse una cerveza Bucanero o una Cristal en la Rampa habanera o jugar una buena partida de dominó con los «socios» del barrio. Celebran la vida, celebran ser cubanos. No se rinden.
Dice Ramón: «La felicidad realmente es un estado de ánimo intimista; está dentro de ti mismo, de tus valores como ser humano, de tu alma pura y limpia de mezquindades materiales y humanas». Ramón Labañino, guerrero y soñador, cumple este sábado 49 años.