Una masacre es el ingrediente fundamental en la nueva receta de Occidente para emprender el cambio de régimen en naciones soberanas. Por ello, las bandas armadas opositoras sirias, que mendigan una intervención extranjera, se han ocupado de que la crisis de la nación mesoriental sobrepase la línea roja de lo «permitido y aceptable» para la opinión pública internacional. Con la ayuda de un ejército mediático, claro está. Es lo que sucedió nuevamente en Siria.
El fin de semana pasado se reportó la mayor masacre en 14 meses de inestabilidad interna. En la aldea de Al-Houleh, cerca de Homs, murieron al menos 92 civiles, entre ellos 32 niños. No se ha hecho una investigación —el Gobierno sirio la anunció—; sin embargo, los centros de poder dan por probada la culpabilidad del ejército gubernamental.
Preocupa la condena del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon —defensor de la agresión occidental a Libia y hostil al presidente sirio Bashar al-Assad—, totalmente parcializada con los grupos antigubernamentales, alimentados con mercenarios y armas procedentes de países del golfo Pérsico.
El diplomático sudcoreano, como era de esperarse, culpó al Gobierno de Damasco, sin tan siquiera escuchar otras versiones o cuestionarse al menos las circunstancias especiales en que se produce esta escalada de homicidios.
Cada vez que el Consejo de Seguridad se apresta a discutir el tema sirio, las bandas opositoras armadas —desesperadas por la ayuda de bombardeos occidentales al estilo de Libia para poder derrocar a Al-Assad—, intensifican su violencia terrorista.
Como tantas otras acciones, la masacre de Al-Houleh no fue casual: ocurrió en vísperas de la visita del enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan, a Damasco, con el objetivo de hacerle creer al diplomático que su plan fracasó porque supuestamente el ejército sirio no deja de asesinar a manifestantes pacíficos.
Por eso, tampoco es fortuito que apenas 24 horas después, el denominado Ejército Libre Sirio (ELS), conformado por mercenarios, terroristas y desertores, exhortara a naciones como Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Alemania, a realizar rápidos «ataques aéreos» contra las fuerzas de Al-Assad.
El ELS adelantó que si el Consejo de Seguridad de la ONU no adopta «decisiones de urgencia para proteger a los civiles, el plan de Annan se irá al infierno». Así se estaban refiriendo a la hipócrita «responsabilidad de proteger», según la cual los gobiernos occidentales se abrogan el derecho de bombardear naciones soberanas con la falsa preocupación por la población civil.
El Consejo Nacional Sirio, una cuadrilla de opositores radicados en Europa, pidió —sin regodeos—, armamentos a sus aliados (Washington, París, Londres…).
En sintonía con estas solicitudes, el recién estrenado presidente francés, Francois Hollande, y el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, convocaron a una reunión, en París, del «Grupo de Amigos de Siria», una coalición de naciones y organizaciones internacionales interesadas en derrocar a Al-Assad, que apoyan el financiamiento de los opositores armados. Incluso, Londres fue más lejos amenazando con una reunión de urgencia en el Consejo de Seguridad, según su canciller, William Hague.
Al-Assad sabe que está sometido a una enorme presión internacional. Por eso resulta poco creíble la versión mediatizada por las grandes corporaciones informativas que culpan al ejército sirio de haber cometido la masacre de Al-Houleh. En cambio, otros, los que han conmocionado a Siria con sangrientos atentados y están interesados en desestabilizar el país, sí son los principales sospechosos, aunque la ONU, con una ceguera política crónica, no lo quiera admitir, y las grandes potencias sigan imponiendo la historia que mejor conviene a sus intereses.
Lo que buscan es abortar el plan de paz de Kofi Annan, y los recientes sucesos sanguinarios le vienen como anillo al dedo.