Un dato ofrecido la pasada semana por este diario puede situarnos ante una disyuntiva al estilo Mastropiero. Recordemos que el famoso doctor, de nombre Alexander Sebastián, es el creador del reconocido principio de incertidumbre, o también llamado de indeterminación.
Este estudioso acometió un experimento en el que situó a un grupo de personas ante la situación del vaso «medio lleno», o «medio vacío»; la conclusión es que la subjetividad es el componente del pensamiento relativo al modo de pensar o de sentir del sujeto que realiza la observación.
Para Mastropiero el proceso de pensar está ligado a la memoria, recuerdos, experiencias y conocimiento de las personas involucradas, que, como entes individuales, normalmente discurren por experiencias distintas.
El anuncio del Ministro del Turismo de que el vacacionismo nacional ha tenido un importante desarrollo desde 2008, y que solo en el pasado año 580 000 ciudadanos cubanos se alojaron en instalaciones hoteleras, con un crecimiento del 32 por ciento, es uno de esos datos que pueden mirarse desde perspectivas diversas.
La primera, quién se atrevería a negarlo, es muy halagadora. Satisface que una mayor cantidad de nuestros compatriotas tenga los recursos para disfrutar de su chapuzón turístico.
Para mejor fortuna, como es de suponer, el lance nos salpica a todos. Además de demostrar la solidez y tino del abandono de una política que privilegiaba al turista internacional, dignifica al criollo y oxigena un sector que siempre se aspiró a que funcione como motor económico nacional; y que no pocas veces tenía buena parte de sus habitaciones vacías, mientras numerosos cubanos se veían imposibilitados de saciar sus ansias y de dar placentero curso a sus decentes dineritos.
Pero hay una manera más desafiante de mirar el contenido de este «vaso Mastropiero». La buena nueva nos demuestra también que tenemos un país con una acentuada estratificación social.
Mientras crece ese sector solvente, con posibilidades de usar sus ingresos para unas merecidas vacaciones, en el extremo opuesto está la otra, cuya situación económica le impele hasta acudir a subsidios del Estado para poder satisfacer necesidades básicas.
De ahí la necesidad de que atemos con hilos de seda a la sensibilidad de todos el principio socialista de que en Cuba nadie quedará desamparado; de que en este proceso de acomodo de la economía y la sociedad ninguna persona o familia quedará a la deriva, sin enlaces salvadores con esa cuerda mágica de justicia que nos unió después de 1959.
Lograrlo implica que el cambio de la política igualitarista, que subsidiaba productos, por otra que lo hace a las personas, ocurra sin traumas, y afianzar una estrategia tributaria que permita contar con fondos para sostener una adecuada concepción redistributiva y asistencial de nuestro Estado, como establecieron los acuerdos del VI Congreso del Partido.
Tras el inicio de la actualización, la mejor señal en este sentido fue la decisión gubernamental de destinar parte de los ingresos obtenidos por la venta liberada de materiales de la construcción para subsidiar la construcción de un módulo básico de vivienda a aquellas personas y familias en condiciones de mayor vulnerabilidad social.
Tan significativa como la decisión en sí misma fue la forma en que fue anunciada por los integrantes del Grupo 6 de la Comisión Permanente de Implementación y Desarrollo de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Estos dejaron sentado que no se trataba ni de caridad pública ni regalo, sino del cumplimiento de una obligación constitucional.
Establecieron que la decisión gubernamental de otorgar subsidios a las personas y núcleos con menos posibilidades económicas es una política que promueve la igualdad de oportunidades en el país; que no se quede nadie sin protección, y que se haga efectiva la solidaridad colectiva, organizada a través del Estado socialista.
No se puede ignorar tampoco que el nuestro es un Estado socialista que debe acometer las transformaciones en medio de una grave distorsión de la pirámide social, lo cual implica, además, que hasta no corregirla no siempre la igualdad de acceso implicará la igualdad de oportunidades. De ahí que sea más complejo para nosotros situarnos frente al vaso de Mastropiero, y respondernos su inquietante pregunta: ¡Está medio lleno!... ¡Está medio vacío!