El comentario de una agencia de prensa occidental sobre la situación socio-económica de Europa da mucho que pensar, así que cito el pronóstico nada halagüeño: «La mayoría de la gente del sur de Europa ha permanecido hasta ahora sorprendentemente estoica ante algunos de los recortes presupuestarios más dolorosos de los que tenga memoria, pero la paciencia pronto podría acabarse».
El análisis aborda los indicadores económicos y el alza de las preocupaciones, esas que hemos visto por ahora traducidas en huelga general en España, disenso y rechazo creciente a las políticas gubernamentales en Italia, multitudinarias protestas en Grecia, paros en «la locomotora» alemana, engañosa resignación a los apretones de cinturón en Portugal, aparente mortandad de los indignados que sacudieron a Londres y otras ciudades de las islas y el Viejo Continente, desde el sur hasta los desencantados ex socialistas, pasando por escenarios gélidos donde pudieran tener las entrañas en ebullición.
Con la primavera y el deshielo, acompañada del empeoramiento de la situación, pudiera haber sorpresas no tan desconcertantes. El tiempo dirá. Sin embargo, ahí están como espada de Damocles sobre la vetusta dama que siempre ha mirado hacia el sur por sobre el hombro, unos números de espanto, sobre todo los del desempleo, ese fantasma que recorre su geografía, y que en datos de febrero ha impuesto récord de muchos años.
Solo en la Eurozona son 17,3 millones los que no tienen trabajo (10,8 por ciento) y entre todos los 27 integrantes de la Unión Europea llegan a 24,5 millones de personas lanzadas al infortunio.
Estos índices se agravan cuando simplemente se mira el panorama desde la visión de quienes tienen entre 15 y 24 años de edad. Entonces se ensombrece hasta dejarlos sin esperanza. En Italia, por ejemplo el desempleo general es del 9,3 por ciento, pero entre los jóvenes llega al 31,9 por ciento. Decía otra información cablegráfica: «En Italia el desempleo muestra un aumento sostenido desde mediados del 2011, a partir de la aplicación de medidas de austeridad dirigidas a enfrentar la crisis de deuda que afecta a la Eurozona».
Punto esencial ese: las respuestas gubernamentales solo benefician y lanzan salvavidas a los consorcios financieros, bancos y grandes empresas; al resto, que son los muchos, muchos, muchos más, se les condena a esa pobreza que allí califica con el apelativo de «austeridad».
La agencia ANSA disponía de un recuadro informativo para hacer más evidente la situación, con datos puntuales como este de febrero: 1,4 millones de desempleados más en toda la UE, en relación con enero de 2011. Y como para demostrar que Europa marca las diferencias también con su propio sur, los índices de los cuatro países con mayor número de desempleados: España: 23,6 por ciento; Grecia: 21 por ciento; Portugal: 15 por ciento; Irlanda: 14,7 por ciento.
Y con todos estos datos cuidadosamente recopilados por la agencia de estadísticas Eurostat, los expertos dan agoreros vaticinios: «el crecimiento del desempleo no se detendrá».
Los banqueros aprietan las clavijas sobre lo que llaman deuda soberana y, por supuesto, esto multiplica esas deudas y los intereses a cobrar por los usureros; se verán más recortes presupuestarios, empresas perdedoras colapsarán o serán absorbidas por las grandes glotonas; desaceleración y recesión se pasean entre algunos, y lo que es peor, contagian a otros.
Bruselas, donde se asienta ese gobierno económico que prefiere hace sufrir a quienes menos tienen, da su úcase: es necesario acometer un programa de choque para salir de la situación… Ya son diez meses de alza continua del desempleo, y el miércoles próximo, en Frankfort, se reúne el Banco Central Europeo para ver lo del alza de los precios. La pregunta flota en el ambiente ¿hasta cuándo será posible que el equilibrista en esa cuerda floja aguante los vientos tormentosos sin rebelarse?