El doctor Luis Andremio González (clínico especializado en Psiquiatría) fue suspendido por tres meses sin goce de sueldo por «trabajar de más», ya que sobrepasaba los diez minutos reglamentarios para la atención de sus pacientes en un centro de salud. El artículo, proveniente del Principado de Asturias, firmado por el periodista Jorge B. Mosqueira, fue publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires.
Lo de los diez minutos por paciente es algo generalizado en los países capitalistas, como Argentina por ejemplo. En mi familia pagamos 300 dólares mensuales a una «prepaga» cuyo límite de tiempo para la atención de un clínico es de 15 minutos… que, por suerte, no siempre se cumple.
¿Usted cree que un diagnóstico de cáncer, incluyendo la necesaria contención emocional, tiene cabida en 15 minutos?, preguntó mi médico cuando le pedí su opinión sobre el tema.
El «secreto profesional» de los prestigiosos quinesiólogos (fisioterapeutas) cubanos no es secreto. Descansa sobre dos pilares: afecto y tiempo. Para ellos, time no es money.
Esta «compu» me gusta más que la otra, papá, dice Tomás mientras teclea investigando los controles para cambiar de línea, las mayúsculas y demás comandos de mi antigua máquina de escribir Triumph, del año 50.
Recordé que me encantaba el sonido de las teclas cuando escribía mis libros, cartas y notas periodísticas durante 25 años hasta que, en 1995, más o menos, fui tenazmente inducido a pasarme a la computadora, de lo que no me arrepiento, por supuesto…
Pero algo me ocurrió con la Triumph, resucitada en uno de esos ordenamientos de cosas que hacemos cada tanto. Ni siquiera sabía que la tenía y estaba impecable en su estuche como si no hubiera pasado el tiempo. Me impresionó el golpe profundo que había que darle a las teclas para marcar las letras. Ya que Tomás no la soltaba, tuve que esperar a que se durmiera para volver a tocarla, después de tanto tiempo. Como me gustaba mucho, se me ocurrieron motivos para recuperarla, más allá del recuerdo romántico.
Una de las cosas que asombraba a Tomás es que la «computadora nueva» («máquina de escribir» son términos desconocidos para él) no se enchufaba ni tenía pilas. Además, imprimía sin impresora al momento de golpear las teclas. Me acordé entonces del último corte de luz en el estudio… Podría haber seguido pensando la nota que estaba escribiendo para pasarla en limpio después, en la «compu» verdadera.
En casa no tengo ni quiero tener computadora para descansar de la pantalla, pero a veces tengo ganas de escribir algo y la Triumph podría ayudarme a registrar las primeras ideas. Así que allí está la máquina «portátil», de unos diez kilos de peso, dispuesta a viajar entre el estudio y mi casa, donde Tomás la espera ansioso. Ya lo dijo el tango: «Siempre se vuelve al primer amor». (Fragmento)
*Arquitecto argentino, autor de varios títulos, entre ellos: Cuba existe, es socialista y no está en coma y Cuba rebelde, el sueño continúa.