La suerte es loca, pensó, en espera de que pudiera corresponderle a él, cuando decidió lanzarse a la «botella» por primera vez.
Varios kilómetros separaban la casa del centro de trabajo. El transporte urbano mostraba sus páginas negras, y ante la amenaza de una raya roja por llegada tardía no quedaba más que estirar la mano suplicante.
Un grupo de profesionales del oficio botellero se amontonaba en la carretera, la mayoría mujeres. Novato al fin, vio como lo más conveniente guarecerse a la sombra de un arbusto, con la expectativa de que el portento femenino de al lado detuviera algún carro.
Uno, dos, tres, cinco autos… adiós a la joven. Caminó hacia el borde de la vía y extendió por primera vez sus dedos. En vano. Quedaban pocos minutos para alcanzar la primera raya roja en su expediente laboral. Un carro, dos, tres, cinco… adiós a sus esperanzas de llegar temprano. Varias personas lograron montar en un camión al cual llegó tarde. Comenzó a desesperarse.
Acogió con resignación el incumplimiento con el horario de entrada, mas se dedicó a contabilizar la cantidad de carros de propiedad estatal que hacían caso omiso a la solicitud de transporte.
Deleitóse con las reacciones de esos choferes ante su seña y la de las féminas que se encontraban en la misma situación. Unos indicaban el lleno con la mano, y todavía quedaba atrás un asiento vacío. Muchos decían ir por un camino más corto. Otros ni tan siquiera lo miraban. Incluso uno se atrevió a decirle adiós en plena acción de burla.
Llevaba casi una hora en la «botella» cuando un auto le frenó al frente. Desembolsó dinero, pero el conductor, con una sonrisa, se negó. No lo podía creer. ¿Quién era ese individuo que lo recogió, a pesar de no tener ninguna obligación de interrumpir su paso?
Existe la creencia de que un carro chapa amarilla no se hizo para la «botella», por ser de propiedad particular. Pero la vida, con sus sorpresas, puede decirle como Serrat: «hoy puede ser un gran día», y confirmarle que la solidaridad, cuando es esencial, no repara en el color de la chapa.
Del auto estatal, sin embargo, la gente siempre espera mucho más. Pero en verdad, tanto para aquellos como para estos, es una cuestión de sensibilidad de quien va tras el volante, un desafío cotidiano a su capacidad de ser bondadoso y gentil.
Qué tristes y distantes nos resultan esos choferes a quienes mortifica más la «falta de tiempo» que la suerte de un vecino del barrio Cuba varado en una carretera. Cuánta pena inspiran esos que toman posesión mental y física del auto y no ven el acto de brindar «botella» como una posibilidad de ser mejores personas. Algo habría que recordarles: Cronos marcha inexorablemente para todos y también presiona a quien ha de recorrer largas distancias y no posee medios para hacerlo. En una circunstancia similar podrían verse el maestro del hijo del conductor, el médico que luego lo asistirá en el policlínico… Todos nos necesitamos.
Así, le resultó muy extraño el fin de su primera aventura en las carreteras. Hoy maneja un carro de la empresa y la actitud de aquel desconocido le recuerda el significado de la palabra altruismo, por lo que recoge a diario a hombres y mujeres sin necesidad de una seña.