Si Occidente pusiera tanto empeño en el proceso de descolonización del Sahara Occidental, como lo hizo para emprender una guerra contra Libia, o hace ahora para derrocar al presidente sirio Bashar Al-Assad, el presente de ese pueblo sería otro. Pero los mezquinos intereses políticos y económicos no son compatibles con la justicia. Por eso, para las grandes potencias se vuelve más trascendente secuestrar las protestas populares en países árabes para manejarlas de acuerdo a su estrategia imperial, que acabar de resolver la independencia de los saharauis.
Mientras Estados Unidos y sus aliados europeos aprovechaban el escenario de Túnez y Egipto para emprender la estrategia de cambio de régimen en países como Libia y Siria, echaban tierra sobre la tragedia de un pueblo, que hace 36 años sufre la despiadada colonización marroquí. Poco más de dos meses antes de que el ciudadano tunecino Mohamed Bouazizi se prendiera fuego, azuzando las revueltas en ese país del norte de África, unos 20 000 saharauies instalaban sus jaimas (casas de campaña) en Gdeim Izik, en las afueras de El Aaiún (capital de los territorios ocupados), cercados por todos los aparatos militares de los ocupantes.
La gendarmería del rey Mohammed VI impidió que el agua, los alimentos y las medicinas llegaran a los campamentos, ametralló a personas que se querían sumar a la manifestación, no dejó que los medios de comunicación llegaran hasta allí para reportar el acontecimiento, y finalmente desmanteló la protesta a golpe de metralla.
Pero esa historia y los muertos quedaron sepultados. Ni siquiera las grandes potencias discutieron el asunto en el Consejo de Seguridad. La Liga Árabe también ha hecho mutis, no iba a responder de otra forma cuando ni tan siquiera ha sido capaz de reconocer a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) por defender las intransigentes e injustas posturas del reino alauita.
Desde 1975 el ejército marroquí arremete violentamente contra la población saharaui, la cual fue bombardeada con napalm, fósforo blanco y bombas de fragmentación cuando huían al desierto obligados por las fuerzas invasoras.
Los activistas que defienden la independencia o simplemente la protección de los derechos humanos son sometidos a persecuciones, detenciones arbitrarias, torturas y juicios sumarios. Aún se desconoce el paradero de al menos 526 saharauis desaparecidos hace 36 años. Sus familiares no tienen noticias de ellos, pues el Estado marroquí les prohíbe ese derecho.
¿Dónde está la condena del Consejo de Seguridad? ¿Acaso las grandes potencias que se reúnen en ese estrecho y antidemocrático círculo no dicen defender los derechos humanos en aquellos países árabes donde les interesa derribar un Gobierno para levantar su satélite? Lo que hoy sucede en el Sahara Occidental desnuda, como tantos hechos (la guerra contra Iraq, Afganistán y Libia o su presencia militar en disímiles puntos de la geografía planetaria), las verdaderas intenciones de lo que realmente persiguen Estados Unidos, la Unión Europea y sus petrodictaduras de la Liga Árabe en otros rincones del Norte de África y Medio Oriente.
De todos los atropellos y violaciones sistemáticas del derecho a la vida que lleva a cabo Marruecos contra el pueblo saharaui está consciente la ONU, que desde septiembre de 1991 tiene desplegados en el territorio sus cascos azules. Pero a esta misión, conocida por la sigla Minurso, solo se le asignó como tarea principal velar por el cumplimiento del cese el fuego acordado entonces. Lo demás, los crímenes del ocupante, quedan fuera de su competencia, e impunes.
A pesar de que más de cien resoluciones de la ONU dicen claramente que el pueblo saharaui tiene derecho a su autodeterminación, Marruecos se lo sigue negando. Ninguno de los amigotes de Marruecos frena al reino alauita ni lo obliga a aceptar la realización de un referéndum en el que los saharauis puedan votar por su independencia. No lo quieren hacer porque a cambio de su complicidad se sirven en bandeja de plata las riquezas pesqueras, el petróleo, los fosfatos y hasta la arena del Sahara.
En marzo, Marruecos y el Frente Polisario se reunirán una vez más para discutir la cuestión del referéndum acordado por ambas partes con el auspicio de Naciones Unidas. Sin embargo, es presumible que Rabat seguirá aferrado a la idea de conceder a su vecino, cuando más, una autonomía (lo que convertiría al Sahara en una provincia marroquí), desconociendo el derecho inalienable de ese pueblo a la independencia, tal como lo estipuló el organismo internacional.
El Polisario no tiene nada que negociar, y Marruecos sí está obligado a darle la libertad a su vecino.