EL contraste volverá a dejarnos ver por varios días, a partir de mañana, los dos extremos en que se mueve el planeta.
En Davos, la Dama de Hielo —la dureza de Angela Merkel recuerda mucho, en verdad, la mano de hierro de Margaret Thatcher— abrirá las sesiones en el rompedero de cabeza de quienes dictan las políticas económicas del mundo, nunca tan cuestionadas desde que la propia Europa ha caído en el marasmo de la crisis provocada por sus mismas recetas. Del otro lado, en Brasil, el Foro de Sao Paulo recibe a sujetos sociales recién nacidos, precisamente, de esas incoherencias del sistema.
Surgidos en distintos lugares, tres nuevos actores resultan hoy el más firme dedo acusador del desgaste del neoliberalismo. Su denuncia es la misma que enarboló el movimiento antiglobalización hace ya 11 años cuando los antisistema, que habían reventado en Seattle protestando contra el injusto comercio dictado por la OMC, se aglutinaron en el Foro que tuvo por sede a la ciudad brasileña. Ahora, los que llegan nutren con su rebeldía, caracterizada por el sello de cada lugar y alejados de cualquier signo político aglutinador, una inconformidad demostrativa del hartazgo de los de abajo. Ese es su único común denominador, y basta para que se asusten los de arriba.
Son los ocupantes de Wall Street, con su recordatorio de que no están dispuestos a seguir siendo el 99 por ciento que tiene apenas el uno por ciento de las riquezas; los indignados de España, cuyas paradas en la Puerta del Sol gritaron que no creían más en ningún político; y se suman los jóvenes estudiantes de Chile, incansables en la exigencia de que la educación es un derecho y no un lujo. Con su persistencia, ellos siguen escalando peldaños como representantes de lo más avanzado y radical de la sociedad chilena: después de los tiempos de Allende, han sido los primeros que allí han dicho NO.
Se trata de los movimientos que quizá estén expresando más gráficamente el grave problema que tienen ante sí los gurúes del Foro Económico de Davos. Y demuestran que la trampa en que está trabado el mundo sigue siendo la misma que hace una década: las políticas económicas que generen desigualdad social seguirán conduciendo al capitalismo a un callejón sin salida. La crisis alimentaria, ética y ambiental que padecemos, también va por cuenta de su egoísmo, de manera que no es poco lo que se juega.
Esa es la ecuación que tienen que despejar los hombres de traje y maletín negro de Davos, cuando el hueco en que cayeron las finanzas y la economía en 2008 sigue invitando al pesimismo. Tanto es así, que el encuentro de la crema y nata de la economía y las finanzas, donde estarán una cuarentena de jefes de Estado y de Gobierno, será presidido por una frase impensada en otro momento. «La gran transformación. Creando otros modelos». Ese será el sugestivo tema.
¡¿Ellos hablando de cambio de modelo?!
Acaso esa afirmación exprese la conciencia de que hay que mover, al menos, las fichas sobre el tablero. O la precaria estabilidad, ya bastante alterada, terminará de irse a bolina. Todo radica en que el FMI, el Banco Mundial, las grandes corporaciones, y los que lucran gracias a la pesadilla que vivimos el resto, estén dispuestos a asumir esa necesidad y las grandes renuncias que ello implicaría.
Según ha dicho el director del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, debe comenzarse «aplicando un sentido de responsabilidad social». Es algo, pero no suficiente; y quizá ni eso puedan lograr.
Resulta, de cualquier modo, muy importante. Entre la preocupación de los de Davos y la indignación de quienes en Sao Paulo buscarán articular sus protestas, están los miles de millones de seres humanos que siguen pagando la inequidad, mientras pende de un hilo la sobrevivencia del planeta.