Plagada de remiendos asfálticos, y casi mágica en aquello de desatar cuando menos lo esperas salideros de aguas sucias o potables y cráteres pertinaces, la avenida central de mi barrio —el reparto Guiteras— sufre sobre sí la inconsistencia y ligereza de los humanos que debían servirla con decoro, y la ultiman de improvisaciones y pifias ingenieriles.
Esa calle mayor, como otras tantas, es la ruta crítica de un estilo a parches, con cuentagotas para salir del paso, que se reitera en el tiempo y nunca soluciona los problemas de raíz. Es la salida de la chapucería, que se muerde la cola y le abre el paso con sus mediocridades a nuevas charranadas, y así a otras. Un círculo vicioso… con el dinero de Liborio.
Nunca los vecinos sabremos cuánto se ha derrochado en esos remedos que nunca solucionan definitivamente la salud de la arteria. Nunca nos han informado —¿lo sabrán verdaderamente?— qué de materiales se han despilfarrado en esas ejecuciones imperfectas —un virus de nuestros procesos inversionistas—, que en poco tiempo, y con su emergencia de primeros auxilios, provocan nuevas obras tan erráticas como sus antecesoras.
Quienes sufrimos esa arteria siempre acribillada de salideros, baches y desniveles, comparamos los feos trabajos con la absurda recurrencia de Sísifo, aquel personaje de la mitología griega que estaba condenado una y otra vez a escalar una montaña cargando una gran piedra, la cual caía siempre que él llegaba a la cima.
Para consuelo barrial, por estos días obreros de viales cubren con parches de asfalto viejas chapucerías de trabajos anteriores, cuando se instalaron por Acueducto nuevas conductoras que mejoraron el abasto de agua al reparto. Sí, pero entonces la zanja fue tapada a como fuera. Al poco tiempo comenzaron a verse las entrañas de la avenida, y con ellas muchas «patologías» de la gestión económica del país.
Ahora la gente se pregunta cuánto durará la alegría de los remiendos. Sí, porque en cualquier momento —¡ah, la falta de integralidad y coordinación!— barrerán tales zurcidos los sempiternos salideros, desatados por la imprevisión de no resolver a fondo tampoco los problemas de drenaje y alcantarillado de una urbanización.
La gente no tiene las explicaciones, pero sufre bastante el continuado relevo de chambonadas volátiles. Y se cuestiona también hasta cuándo vamos a tropezar dos, tres y tantas veces con la misma piedra, el mismo bache, el mismo relleno imperfecto e irregular, lanzado como quiera.
Suponiendo que el barrio es el país a pequeña escala, y la avenida central, el camino al futuro, tengo que rebelarme contra tanto disparate, tanto perjuicio que nadie paga y desangra nuestra economía por esos salideros y hoyos. Ahora que Cuba tensa sus energías para acceder a la racionalidad económica y al bienestar, no podremos avanzar por esas arterias de la chapucería y la impune improvisación. Hay que extirpar con urgencia los baches de la indolencia y el estilo de remendón. Ojo: nos pueden clausurar el acceso al mañana.