Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un único delito: nacer mujer

Autor:

Nyliam Vázquez García

Sahar Gul tiene 15 años. Debería estar soñando con un príncipe azul o de cualquier color; con estudiar, con participar en el próximo festival de cometas en cielo afgano, con un futuro menos lejano. Pero no puede. En un hospital de Kabul la adolescente intenta recuperarse y después del infierno vivido esa debe ser su prioridad. O quizá lo haga porque respira, porque no tiene otra opción, porque el cuerpo sana…

Al centro asistencial de la capital afgana llegó con claros signos de violencia: uñas arrancadas, quemaduras por todo el cuerpo, moretones como prueba de repetidas palizas. Y con todo y las huellas más profundas, a Sahar Gul no le está permitido olvidar.

El responsable de tanta brutalidad, su «esposo», se dio a la fuga después que la muchacha fuera rescatada del sótano donde estuvo encerrada durante más de seis meses, en casa de su familia política. ¿Cuánto tiempo más habrían durado las sesiones de tortura? Pudo  haber muerto a juzgar por su estado, ciertamente grave, y nadie se hubiese enterado; ni siquiera sus vecinos, aunque su historia hoy recorre el mundo. Después de todo, Sahar tuvo suerte.

Casada hace cerca de un año con un Gulam Sakhi, servidor del ejército, quien le dobla la edad,    —¿un monstruo?—, no queda claro que su destino hubiese podido ser otro. Algunos medios señalan que su hermano la vendió por un puñado de dólares. Su único delito, además de haber nacido mujer en Afganistán, fue negarse a tener relaciones sexuales «con invitados de la familia» del esposo.

Mientras el Ministerio del Interior de Afganistán creó una unidad especial para localizar al marido y al resto de los familiares que convivían en la casa, a ella le sanan las heridas del cuerpo…, ¿y las del alma?

«Continuamos con la búsqueda de los responsables. Hemos arrestado al suegro y tenemos a un equipo de diez agentes buscando al resto de la familia, entre ellos el marido de la chica torturada», dijo el portavoz del Ministerio del Interior afgano, Sediq Sediqi, citado por EFE.

Sin embargo, en el mismo instante que buscan al culpable, decenas, quizás cientos de hombres afganos golpean, violan, mutilan, humillan a «sus» mujeres, que muchas veces son solo niñas.

Aunque en 2009 el Gobierno aprobó la ley de Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que penaliza actos como el matrimonio infantil o forzado y la violación, la realidad da cuenta de que las prácticas socialmente aceptadas son mucho más poderosas. En ese territorio maltrecho por una década de guerra, es común la compra-venta de mujeres para el matrimonio, los casamientos arreglados por las familias, las bodas infantiles o forzadas, las violaciones y que la mujer se convierta en un «regalo» para resolver disputas familiares y así, de paso, limpiar el honor mancillado.

Sin embargo, no solo se trata de prácticas ancestrales. Influye, y mucho, que a nivel institucional tampoco se trabaja lo suficiente para cambiar esa mentalidad más que nada, cruel y degradante con otro ser humano.

Lamentablemente las urgencias del país centro asiático no tienen que ver solo con que sus féminas sean maltratadas. Deshecho, sumido en una pobreza peor que la que se encontraron EE.UU. y sus aliados cuando iniciaron la guerra; de vuelta a ser el mayor productor de opio del planeta, con instituciones corrompidas hasta la médula, con una dependencia atroz de  la ayuda internacional —más de 90 por ciento de su presupuesto, de acuerdo con el Banco Mundial—, con millones de analfabetos… Afganistán sangra por todas partes, incluidas las heridas de sus mujeres.

Las autoridades han pedido autorización a los padres de  Sahar Gul para trasladarla a un centro sanitario de la India, donde puede recibir un mejor tratamiento. Parece que cumplirá los 16, aunque irremediablemente su nombre se sume a la lista de víctimas en un país marcado por no pocos horrores.

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