A los ojos de un niño de cinco años, fue una fiesta aquella sísmica mañana del 1ro. de enero de 1959 que, como magma de bienaventuranza, derramó alegría por todo el país, y juntó a los cubanos al fin en un abrazo nacional.
Ya Cuba no volvió a ser la misma desde aquel día. Una suerte de tijeretazo de la Historia lo trocó todo. «Hemos descendido y perdimos ventajas para que subieran otros, la mayoría, por primera vez», sentenció tres años después el padre de ese pequeño alucinado, entre tantos cambios que minaban el orden impoluto de una familia holgada, y la atraían contra toda lógica clasista hacia aquel alumbramiento popular.
Siempre que llega un 1ro. de enero, aquel niño recuerda las palabras sagradas del padre, como la estrella polar que enrumbó el compromiso de esa familia con la Revolución, en un acto de libertad y convencimiento —no exento de contradicciones y problemas—, pero por suerte salvado de las conveniencias, el pancismo y la buena puntería del oportunista.
Este hombre que creció de aquel niño y convive aún con él, repasa los recuerdos, las fotos sepia y los viejos quinescopios de ese día. Y se pregunta, en la obra tan inmensa y difícil que sobrevino después, cuántos de aquellos eufóricos y sonrientes primerizos, detrás de la Caravana de la Libertad y tocando la mano de los «barbudos», permanecieron fieles y lo afrontaron todo por creer, por levantar y compartir un país de justicias. Cuántos quedaron en el camino por incomprensiones, o sencillamente por intereses y opciones personales. Cuántos se revolvieron de odio y aún piden sangre. Cuantos se sumaron simuladamente a la caravana… ¡Cómo cuesta desenmascararlos y apearlos!
Vuelvo siempre a las imágenes iniciáticas del triunfo, de aquellos días de gloria que luego cedieron a pruebas más cruentas y definitorias como cernidores; años de transformarlo todo, errar y atinar, fracasar y vencer por compartir el pan, el saber y otras luces de la vida.
Y me niego a celebrar el 1ro. de Enero lo ya consumado, el aburrido recuento y la rutina heredada. Me resisto a festejar lo ya hibernado, lo conveniente y cómodo, lo ciego y sordo, lo mediocre y anquilosado. Lo obsoleto e inoperante, el dogma y el extremismo.
Fiel a aquellos días de estrenarse y abrirles caminos, horizontes y saberes al preterido, la Revolución Cubana no tiene otra opción hoy que triunfar cada 1ro. de Enero de sí misma, por sobre sus propios errores y virtudes. Volver a nacer como una crisálida en un proceso de renovación constante de su humanismo, dejando atrás los fardos que la atemperan e inmovilizan, y prácticas ya desgastadas por el poder coagulante de la burocracia. Actualizándose, sí, buscando habilidades y eficacias, pero al propio tiempo poniendo a prueba ese corazón inmenso, donde quepan todos los cubanos por diversos que sean, incluso aquel niño marcado para siempre por un amanecer victorioso.