La Liga Árabe (LA) está haciendo lo que Estados Unidos y sus socios europeos esperan y le han pedido: más presión contra Siria. Así, los aliados de la región allanan el camino a la intervención «humanitaria» internacional, como la está pidiendo Francia, y cuyos resultados son bien conocidos: una guerra enfocada en el cambio de régimen, así como doblegar a un país no alineado a los intereses occidentales. No les importa la vida de los civiles. Está muy fresca aún la agresión de Occidente y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Libia, para la que se urdieron las mismas «preocupaciones».
Una vez más Washington emplea a terceros para alcanzar sus objetivos. En el caso de Libia, fue la Liga Árabe quien pidió la zona de exclusión aérea, que se tradujo en indiscriminados bombardeos de la Alianza Atlántica contra la población civil, a la que dijeron protegerían. Hasta ahora, con respecto a Siria, la organización panárabe parece no inclinarse por esa medida, pues sabe a lo que conllevó en la nación norteafricana; pero pidió sanciones contra ella. Incluso llegó al extremo de suspender de sus reuniones a la nación mesoriental lo cual es totalmente ilegítimo, pues solo una cita de altos dignatarios puede aprobar, y por unanimidad, tal medida.
La LA le ha pedido a Siria que cumpla lo pactado el 2 de noviembre: continuar el proceso de reformas, sacar las fuerzas de seguridad de las calles, entablar un diálogo con la oposición y permitir que una misión de observadores comprueben la aplicación de todos los puntos del arreglo. Sin embargo, ese mismo día EE.UU. exhortó a los grupos armados insertados entre los manifestantes a que no se acogieran a una amnistía ofrecida por el Gobierno de Bashar al-Assad, que amparaba a todos lo que entregaran las armas. De esta incitación a la violencia la LA no tomó nota, ni le dijo una palabra a Washington. El organismo ha estado totalmente plegado a la Casa Blanca.
El Gobierno de Damasco también ha informado del tráfico de armas a través de sus fronteras para insuflar la inestabilidad, de ataques contra manifestantes y efectivos de la seguridad, que también ha puesto muchos muertos. Pero, sobre esto, también total silencio por parte de la LA.
El Gobierno de Damasco está consciente de que tiene que seguir el camino de las reformas, pero se le hace difícil, sobre todo, porque el proceso tiene que ser consensuado con una oposición muy heterogénea, en la que algunas agrupaciones quieren llegar a un arreglo con el Gobierno, pero otros, insensatos y para nada nacionalistas lo rechazan; incluso son partidarios de una intervención extranjera al estilo de Libia. Al mismo tiempo, el ejecutivo tiene que controlar a los grupos armados que siembran el terror en las calles, y para eso debe acudir necesariamente a las fuerzas de seguridad.
En la reunión de la LA celebrada este jueves en El Cairo —la quinta que se centra en el caso sirio— los Ministros de Relaciones Exteriores del organismo prolongaron en un día su ultimátum al Gobierno de Al-Assad para que permitiera la entrada de los observadores. Si Damasco no firma el protocolo para autorizar su entrada, la Comisión de Asuntos Económicos y Sociales de la Liga Árabe se reunirá el sábado para proponer sanciones económicas, entre las que se barajan el cese de los vuelos y los acuerdos financieros con Siria, la congelación de los fondos y el fin de los intercambios comerciales con el ejecutivo de Damasco y de las transacciones con el Banco Central sirio. Pero las medidas punitivas también se aprobarían aunque Damasco aceptara los observadores, si estos en su informe declarasen que el Gobierno sirio no cumple con las exigencias de la organización.
Damasco, sin embargo, no se ha opuesto a la entrada de los verificadores, como han propalado los grandes medios que satanizan a Al-Assad. Siria solo propuso algunas modificaciones como, por ejemplo, que todos los miembros de la comitiva sean árabes, que se reconsiderara su número (500), y enfatizó en que las autoridades requieren conocer sobre su desplazamiento para ofrecerles protección. La respuesta de la LA fue: ¡inaceptable! Porque, dijo, «afecta la esencia del protocolo y cambia fundamentalmente la naturaleza de la misión».
Sin embargo, si la LA deseara participar sinceramente en la solución del conflicto, no impondría su punto de vista —o el de Occidente (el domingo el canciller británico William Hague se reunió con Al-Arabi, secretario general de la organización panárabe, para coordinar, según dijo, cómo proceder en el caso sirio). Un acuerdo es imposible si una de las partes ignora la posición del otro.
Además, el ente prevé una nueva iniciativa ante la ONU que ansía Occidente, cuyos países han tratado de manipular a los organismos multilaterales en función de sus intereses. Esa intención ratifica las sospechas de Damasco, que afirma que la LA quiere llevar la crisis siria al Consejo de Seguridad. Así, no serían EE.UU., ni Francia, ni Reino Unido quienes llevarían una resolución al organismo, sino los propios países árabes.
Esa maniobra les funcionó en Libia, y ahora esperan repetir el guion para el caso sirio.