¿Hasta dónde prevalecen en una mujer que soporta los maltratos físicos de su marido, la sumisión dada por las ataduras económicas, la dependencia emocional, o esa capacidad extrema para perdonar que hacen del personaje de Odalys —la ama de casa de la novela cubana que pugna entre su amor propio y el cariño y fe en las promesas de Saúl—, ese ser al que su hermana llegó a tildar de «aguantona»?
No pretendo dirimir aquí las interrogantes que a lo mejor también a usted le han asaltado y que podrá esclarecer mañana mismo, cuando el director y algunos de los protagonistas, invitados por JR, respondan las preguntas de los cibernautas en nuestra página web.
Tampoco soy especialista para dar explicación, con fe de causa, a un dilema que en el caso de la popular Soledad —segunda parte de Bajo el mismo sol— no pareciera pasar tanto por estereotipos inculcados desde la infancia —su hermana tiene el arrojo que le falta a Odalys—, como por los miedos y la poca confianza en sí misma de una mujer en cuyo yo interno pudieran estar prevaleciendo —y eso hay que deducirlo, porque no lo vemos— las ataduras afectivas a su machista esposo, sentimientos infundados de culpabilidad, poca autoestima, la resistencia a aceptar que él no es el hombre amoroso que la lleva a la cama sino el ogro que la vapulea cuando se levanta; o quizá esa indefensión que provoca el miedo a perder al otro y a sentirse «sola» y desvalida.
Sea cual fuere la respuesta, el ejemplo constituye un útil resorte para hacernos reflexionar, y ayudar a verse a sí mismas y a «despertar» a aquellas carentes de suficiente fuerza, independencia o valor como para no terminar siendo víctimas de abusadores esposos.
Aunque sé que algunos varones jóvenes —quizá porque, afortunadamente, los golpes a la mujer les parecen cosa de las cavernas— consideran inverosímiles las transmutaciones entre los momentos de placer que hasta hace pocos capítulos disfrutaba la pareja y las escenas de agresividad, lo concreto es que ello puede ser completamente cierto.
Pero, aun cuando lo mucho que hacen las instituciones cubanas involucradas convirtiera en lejana la posibilidad de que una Odalys esté soportando ahora mismo los abusos corporales de otro grotesco Saúl, queda una parte del maltrato igualmente lacerante: la violencia psicológica.
Su huella, que queda en la psiquis con marcas más indelebles a veces que los moretones en la piel, actúa con el tiempo y, en muchos casos, puede ser más perjudicial aún para la integridad de la mujer agredida.
Según expertos, se trata de un conjunto heterogéneo y mantenido de actitudes reiteradas por el victimario, con conciencia o no de ello, y que van desde la falta de atención al trato degradante que daña la dignidad de la persona*. El fin es el derrumbamiento moral, la total desarticulación de la seguridad y la autoestima: una mujer que desperdicia las potencialidades que hay en ella.
Cuando el mundo conmemora hoy el Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra la Mujer pueden venir a la mente esas seis de cada diez féminas en el orbe que, según datos de la ONU, han sufrido alguna vez agresión física o sexual. Pero también se asoma el rostro hasta ayer triste e infeliz de Odalys: tan adolorida por el golpe como humillada en el alma por el mal trato de un hombre que la ultraja. ¿Cuál herida es peor?
¿¡Y aún ella lo ama!?
*Martos Rubio, Ana. ¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico.