El haraquiri, vieja técnica samurái de quitarse la vida con honor, es conocida también en Cuba como una manera de asumir con «dignidad» ser responsable por mal trabajo, incumplimientos, decisiones erróneas… Sin embargo, de un tiempo a esta parte y en algunos contextos, pierde terreno ante una nueva actitud: la del «dale al que no te dio».
Seguro algún lector pasó por esa experiencia en una reunión y hoy sonríe. El individuo se levantaba lentamente ante un plenario de caras serias, se quitaba los espejuelos con igual parsimonia, colocaba la agenda en la butaca —señal inequívoca de que se lo sabía todo—, miraba fijamente al que dirigía la asamblea y decía con seguridad «Ustedes tienen razón; me equivoqué/nos equivocamos».
Ahí mismo regresaba el alma al cuerpo no solo del criticado, sino también de los demás; y el que dirigía la reunión decía: «Reconocerlo es un buen comienzo. ¿Cómo lo van a resolver?».
Entonces empezaba un diálogo diferente, esperanzador, fluido. Las soluciones llegaban una detrás de la otra. El hombre en cuestión, inicialmente señalado, abandonaba la reunión con la agenda llena de alternativas de solución y una sonrisa. El «haraquiri» funcionaba…
Asisto con frecuencia a reuniones y en varias de ellas, cuando pudiera ser efectiva la referida técnica samurái, descubro la recurrente actitud del «dale al que no te dio», consistente en apuntar a la paja en el ojo ajeno.
«Los recursos que esperábamos no llegaron… La materia prima que tenía que enviar A no estuvo a tiempo, por eso D no pudo acometer la tarea como estaba estimado…», y así sucesivamente llueven las justificaciones y las incriminaciones a otros.
¿Conocerán estas personas la existencia del contrato? ¿Y la responsabilidad individual? ¿Es más fácil incriminar que asumir? Lo cierto es que cada vez que existan desacuerdos, problemas de comunicación, dificultades para planificar y ejecutar estrategias con la eficiencia que exigen los tiempos actuales, se nos cerrarán oportunidades de transformar el modelo económico del país.
Pero la tendencia no solo se revela en el terreno de la dirección. Una mirada a otros ámbitos de la fábrica, el taller o la finca, también aproxima situaciones en que ciertos trabajadores prefieren hurgar en el incumplimiento de los demás antes que sopesar qué otros pasos pudieron haber dado para evitar el surgimiento de un problema.
La vida laboral es un camino de mejoramiento continuo, en el que también ejercen su influencia la enseñanza y el señalamiento oportunos. No menos trascendental resulta inspirar a los trabajadores con un ambiente de exigencias y tareas, así como rodear sus actos cotidianos de un espíritu de crítica, diálogo y mutuo aprendizaje.
Una de las fortalezas de aplicar el perfeccionamiento empresarial, allí donde se ha implementado bien, es desatar más reservas de eficiencia escondidas en todos; y cito al perfeccionamiento no como fórmula infalible y universal, sino como horizonte para implicar a los trabajadores y hacerlos más dueños.
Otra virtud que ha ganado con su aplicación es que, en tanto más cerca del trabajo y sus resultados, más ejercen el criterio los colectivos, estimulándose la autocrítica, la honestidad, el hábito de escuchar la sugerencia oportuna, creándose estilos de trabajo cohesionadores y horizontales que resultan claves para llegar a la eficiencia, en especial cuando se asumen como herramientas de dirección.
Aunque no promuevo el «haraquiri» como receta, asumir la responsabilidad es más honesto que pasarle la bola al de al lado. ¿Usted no cree?
Al final, el «haraquiri» o el «dale al que no te dio» no serán más que escenas superadas, a las que más temprano que tarde habremos de meter en el baúl de lo inservible… Aunque de vez en cuando, nos asomemos a él para recordar y no tropezar con esas piedras.