A quien pretende nadar a salvo en un mar de petróleo y con una vela encendida sobre la cabeza, muy poco éxito se le augura. En Gran Bretaña, en lo que va de gobierno del primer ministro conservador David Cameron, el combustible se ha regado con tantos recortes hechos a los programas sociales, y algunos en su equipo tal vez han creído que, por mucho tiempo, nadie se percataría de que el nadador llevaba un mechero.
Pues bien: ya hay fuego, metafórica y literalmente hablando. Por una parte, han ardido varios establecimientos comerciales del preterido barrio londinense de Tottenham, y por la otra, la ira de la gente, enfrentada con la Policía Metropolitana con los medios a su alcance, pone el ingrediente figurado.
Todo comenzó cuando Mark Duggan, de 29 años, murió de un tiro en una detención policial. Las versiones menudean, y las fuerzas del orden arguyen que el origen del disparo que mató al joven negro era desconocido, mientras el diario The Guardian confirma que el arma homicida era la reglamentaria de los agentes. Pero la cosa estalló cuando, durante una protesta ante una comisaría para pedir explicaciones, un policía agredió a una de las mujeres congregadas allí.
No es extraño ya leer en Gran Bretaña de «excesos» contra jóvenes que, por su extracción social o por su apariencia étnica, pueden ser víctimas de un dedito demasiado cercano al gatillo. Sucedió en 2005, cuando la policía londinense acribilló al brasileño Jean Charles de Menezes. Habían pasado apenas 20 días de los atentados terroristas, y quizá las fuerzas del orden querían resultados rápidos.
La muerte del carioca, no obstante, no desencadenó un tsunami como el de ahora. Algo más parecido fue lo que ocurrió más al sur, en Francia, cuando el actual presidente, Nicolás Sarkozy, era ministro de Interior, y dos jóvenes de origen africano murieron durante una persecución policial. El país galo se convirtió en una antorcha, y dondequiera que había un auto parqueado, jóvenes furibundos, procedentes de barrios sin privilegios, le prendían fuego. Sarkozy los había llamado «escoria», lo que no ayudó precisamente a apaciguarlos…
Ahora, los de Tottenham arremeten con bates de béisbol contra las tiendas y se llevan carritos cargados de mercancías. Jason, de 26 años, desocupado desde hace diez, cuando dejó la escuela, tiene más o menos una explicación: «La mayoría de mis amigos —dice a Reuters— están en la misma situación que yo. Eso no es bueno porque no hay otra cosa que hacer que merodear. Y cuando merodeamos en grupos, somos una banda».
¿Por qué Jason está en la calle, expuesto a liarse con la policía? El despacho no lo menciona, pero lo que sí se puede responder con certeza es que el Gobierno de Cameron no ha estado haciendo mucho para que él y sus amigos estén mejor ocupados, pues nada más llegar al ejecutivo, el Primer Ministro conservador esbozó planes para recortar 83 000 millones de libras esterlinas (135 000 millones de dólares) del presupuesto público.
¿Dónde aplicó la tijera? Según la publicación World Socialist, 18 000 millones de libras serían ahorrados en servicios sociales. El presupuesto para vivienda protegida se ajustaría el cinto con un 60 por ciento menos; el de las universidades, un 40 por ciento; el de cultura y deportes, 41 por ciento, y así por el estilo, mientras se eliminaba un estipendio dirigido a convencer a aquellos estudiantes que querían abandonar los estudios de que permanecieran en las aulas. «¡Que se vaya el que quiera, que aquí lo que importa es reducir el déficit!».
Por eso, por la indiferencia, Tottenham es la coctelera perfecta. Y esta es la receta: mézclense el mayor nivel de desempleo de todo Londres, el cierre de centros juveniles que les brindaban atención cultural y vocacional a los jóvenes sin estudios, un poco del tiempo libre de la «banda» de Jason, y un crimen policial —añádase una pizca de abuso al gusto—, y ya se tendrá un coctel de fuego, listo para tomar.
¿Apetece una copa, Mr. Cameron…?