Aquel auto despampanante se desplazaba frente a los agobiados pasajeros en espera de su transporte público en una parada habanera azotada por el sol. No se podía distinguir a los tripulantes del vehículo, blindado como estaba con cristales oscuros, aunque sí dejaban escuchar la música estridente que salía de sus ruidosas entrañas. De repente, una de las ventanillas se replegó y solo asomó un brazo que lanzó a la calle, decretada basurero, una sonora lata de cerveza recién consumida, como para marcar diferencias desde una móvil torre de marfil.
Una sorpresiva evocación asociativa de inmediato me trajo de vuelta al gran escritor Alejandro Dumas y sus audaces mosqueteros, quienes espadas entrecruzadas y en alto solían juramentar aquello de «todos para uno y uno para todos». Y la narrada estampa cotidiana, sobre todo por la presencia de protagonistas aparentemente aferrados por el contrario al «uno para uno», se me presentó como metáfora de un detestable actuar que nos carcome.
No es cosa de cuestionar en lo absoluto lo que cada quien se ganó muy merecidamente con su trabajo honrado o sus éxitos profesionales más allá de las fronteras, en una sociedad que se encamina a una distribución con ajuste a las capacidades y las contribuciones. Sin embargo, la tendencia a cualquier vana y exagerada ostentación en medio de tantas limitaciones y carencias es harina de otro costal que corresponde a la sensibilidad y la ética individuales.
Pero por encima de esas eventuales pequeñeces del alma, la metáfora tal vez alcance áreas más vastas y medulares, como las de las viciosas prácticas de instituciones y organismos, sometidas hoy a urgentes intenciones correctivas, de acometer inversiones constructivas y otras decisiones, circunscriptas exclusivamente a estrechas visiones voluntaristas, sin atender para nada las perjudiciales consecuencias colaterales.
Tengo amistades dedicadas a la planificación física que llevan años quejándose de cuán poco caso se presta a los estudios y criterios de expertos que previenen y alertan, con mirada perspectiva en favor del desarrollo coherente y sostenible. El afán de cumplir metas sectoriales aisladas, luego mostradas a toda vela, muchas veces ha cuajado en lo que la sabiduría popular describe como «vestir a un santo desvistiendo a otro». Y así se instala una fábrica ruidosa y contaminadora en el lugar inapropiado, o que envenena nuestras ya precarias aguas fluviales.
Lo que ha estado ocurriendo con las regulaciones urbanísticas, continua e impunemente violadas, está demasiado a la vista, y ha sido tan expuesto por autoridades competentes y denunciadas por la propia prensa, que me abstengo de caer en redundancia. He presenciado en este capítulo hasta aceras invadidas por ampliaciones de habitáculos, bajo la feroz regla de hacer y dejar hacer lo que necesito, lo que me conviene, lo que me da la gana, lo que al final significará algo así como «resolver mi vivienda para hoy, aunque sea un desastre urbanístico para mañana».
El país se ha propuesto con toda firmeza devolver a la planificación física la autoridad indispensable que nos proteja de catástrofes futuras. Y a toda la ciudadanía, involucrada sin excepción, nos toca comprender y actuar en lo que se está jugando. Y por qué no, también como buenos mosqueteros, de uno para todos y todos para uno.