Cuando uno lee la columna A la vista, del colega Arturo Chang, del periódico villaclareño Vanguardia, comprueba —o mejor, ratifica— cómo se sustentan en el descontrol y la apatía una serie de incongruencias que laceran los servicios y, más allá, la buena convivencia de la sociedad.
Esos cuatro o cinco párrafos que le acaban de nacer a este diario en su contraportada, alejados de adornos y sin fantasear, son un mazazo en la conciencia, aunque haya a quienes lo que allí se denuncia les parezcan nimiedades, cuestiones de poca monta.
La sección trasciende debido a los deslices que expone, y más, si cabe, por lo que sugiere. Pienso que esa verdad no pasa inadvertida para los más o menos avezados lectores, a quienes les cuesta entender, con sobrada razón, cómo sobreviven en las narices de determinados responsables empresariales desatinos que hasta con un soplo se pueden desvanecer.
Esta circunstancia lleva a la otra lectura, la más preocupante: si esos responsables carecen de métodos o son incapaces de atajar los problemas que están a la vista de todos, qué pasará si el bisturí penetra hasta el fondo, porque una fachada sucia sugiere, casi siempre, una trastienda en llamas, que pide a gritos un apagafuegos.
Que nadie se sorprenda por esa aseveración, pues está confirmado, históricamente, cómo las verificaciones fiscales y otros tipos de controles sacan ese lodo, sí, «invisible» para los que conviven bajo la misma cobija.
Los hay que al verse cuestionados en la sección reaccionan molestos, lo que al menos para este servidor tampoco resulta sorprendente; a fin de cuentas, a nadie le gusta estar así en la palestra pública.
Entonces se explayan en consideraciones sobre desaciertos tan obvios que solo pueden estar sustentados en «la bobería», o porque hay maraña de por medio. Y estos no son tiempos de medias tintas ni de ojos encandilados solo para no apreciar lo que está A la vista.