Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Y tú, por qué tiras el agua

Autor:

Luis Sexto

EL agua aún mantiene el carisma de lavar las manchas del pecado o la virtud de devolver las facultades a los tullidos. Parece el elemento natural con mayores créditos mágicos. El conquistador español Juan Ponce de León descubrió la Florida, y murió sin hallar el agua que fluía de la fuente de la eterna juventud, mito viejo, antídoto de las arrugas y las caídas de ciertos órganos que suelen erguirse. Aun hoy, las aguas medicinales prometen milagros baratos y fulminantes en los balnearios, o en ciertas fuentes hacia donde peregrinan los creyentes.

No hay razones para escandalizarnos por esas atribuciones taumatúrgicas, esotéricas y medicinales que nuestra especie le ha reconocido al agua. Porque el milagro más portentoso del agua es haber hecho cristalizar la vida y facilitarle la perdurabilidad. La civilización más que terráquea o terrestre es acuática.

Es sabido, las primeras ciudades y posteriormente las grandes ciudades surgieron a orillas del agua dulce. Mesopotamia (Sumer) posee una etimología griega que significa «entre ríos»: el Tigris y el Éufrates, cuyos valores naturales favorecieron el desarrollo de las primeras agrupaciones urbanas. El agua para beber, cocinar, lavar, y el agua, sobre todo, para irrigar las zonas agrícolas aledañas, y luego para generar energía. Entre esos dos ríos fundacionales, en el Oriente Medio, continúa el nombre de Mesopotamia vivo en el significado de Iraq, situado como su antecedente histórico «a las orillas». Iraq, pues, parte de aquellos orígenes, en el mismo sitio, y conserva también la fama de haber sido el sitio del bíblico paraíso terrenal, aunque los norteamericanos y sus aliados, también lo sabemos, lo hayan hecho evolucionar hacia una especie de infierno.

No seguiremos, desde luego, «descubriendo» el Nilo. El agua ha estado siempre ahí. Pero deficitaria, como el petróleo. Estos datos nos importan. El 97,5 por ciento del agua del planeta es salada. Un 2,26, potable, pero escondida inaccesiblemente bajo los casquetes polares. Y de esta aritmética resulta que solo el 0,24 por ciento es agua útil accesible. Y de ese volumen, el 0,10 moja las manos y los labios de los seres humanos. Esto es, el mundo se va quedando sin agua. Y su escasez ofrece, además, otro peligro: nada promete sustituirla.

Ah, ese detalle no nos lo dicen los mapas. Pero los ecólogos lo advierten: más de la mitad de los servicios que los ecosistemas brindan al hombre se degradan, y de ello se derivan consecuencias desastrosas: «nuevas enfermedades, deterioro del agua, surgimiento de zonas muertas en las costas, quiebra de los bancos de pesca, cambios climáticos».

Póngase en el lugar de quien carezca de agua. Olvide que a usted le llega por tuberías a la cocina, los baños, quizá la piscina. ¿Va usted a morir de sed, de hambre, de enfermedades por no tener un espejo líquido de donde abastecerse? Y así, como actuaría usted, obraron los pueblos y las tribus desde la antigüedad. De 1948 al 2002 —escribió el mexicano Gustavo Castro Soto— se registraron 507 conflictos de los cuales 37 fueron violentos, 21 con intervenciones militares y 30 han sido protagonizados por Israel y sus vecinos. Ya se pronostica que los litigios del porvenir, bajo cualquier pretexto, serán atizados por el agua…  El fluido que apaga el fuego, lo encenderá.

El planeta no parece tan colorido y acogedor en la realidad como en las hojas cartográficas. Ni tan rico. A mi modo de ver, lo único que abunda en los mapas son los pretextos, los móviles, las justificaciones para instalar conflictos. Los mapas surgieron coincidiendo con la expansión de los descubrimientos y la expansión comercial: están ligados también al odio, la conquista, la opresión. Los países ricos, poderosos —esos que se desbordan a sí mismos—, hallan en los mapas la justificación de su historia y la garantía de su futuro.

¿Y cómo miramos el mapa de nuestro país pobre, pequeño, sin abundantes recursos hídricos? Quizá las recomendaciones públicas de ahorrar agua no sean machacona propaganda, sino la advertencia cierta de que el que derrocha a pedir se queda. ¿A quién?

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