Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El nihilismo vergonzante

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Los hay que no se avergüenzan de ser prostitutas ideológicas, aunque algún teórico prefiera llamarlos de manera más catedrática. Llevan mente de prostíbulo, dispuestos a vender hasta su alma.

Cuando se leen las propuestas con las que invitan a salvar a Cuba en esta hora de encrucijadas, cualquiera queda patidifuso, intentando descubrir si chorrean un nihilismo ingenuo y vergonzante, o si por el contrario encajan como pieza siniestra en un raro y renovado proyecto de blanqueo anexionista.

Lo cierto es que desde el Nuevo Herald hay quienes no cesan en su propósito de invitarnos a someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, para enterrarla definitivamente en los sepulcros.

Ya en oportunidad anterior, mientras repasaba el contenido de un artículo de esa publicación, bajo el título De Martí a la realidad, meditaba que de tan solo pasar la vista por sobre esas letras irritaba, ofendía.

La impotencia para derrotar el proyecto de la Revolución Cubana lleva a un sector de sus enemigos a abandonar la apuesta de regatearle el apostolado martiano para intentar borrarlo todo. Hacer con el legado y la herencia política, ética, moral y patriótica del país lo que con Sodoma y Gomorra, aunque se nos presenten con cierta petatería cándida.

Lo preocupante es que persisten en su intento pese a la evidencia descabellada y hasta vejaminosa del intento. Los Mesías de una salvación desde la «nada», desde el vacío total, o desde un enorme agujero negro en nuestra historia, quieren lanzarla quién sabe a qué abismos paralelos.

En días recientes el diario miamense y sus extraños predicadores volvieron a la carga con un nuevo artículo: Pacatería en la historia de Cuba. En esta oportunidad se intenta «demostrar» que esta última ha sido víctima del oscurantismo y de escrúpulos excesivos, que en muchos casos obedecen a la conveniencia y el temor, y que alejarse de estos enfoques resulta «muy saludable».

Para hacerlo —según sus postulados— solo tendríamos que «bajar del altar a los patriotas, enterrarlos para que la nación cubana avance sin soportar la carga de la mitología independentista».

Exponen que aunque ello no sería la solución de todos los problemas, sí constituiría un paso necesario. «Es indispensable limpiar de pacatería y determinismo la historia del país», arguyen, y continúan:

«Esa limpieza siempre enfrenta un escollo difícil de superar en la figura de José Martí… Por rechazo a los postulados revolucionarios, que se mostraron vacíos, hemos aprendido a desconfiar de los patriotas», sigue.

«El mesianismo martiano y su romanticismo político pueden resultar funestos», y así por el estilo…

Ya en el lance anterior este «curandero de nuestra historia», en cuya entraña gravita la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo, entre la dignidad nacional y el desprecio de determinados sectores del norte, planteaba nada menos que lo siguiente: «Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».

Curiosamente, desde sus lejanos comienzos, el anexionismo mesiánico y sentimental de los norteamericanos estuvo marcado por el mismo desprecio con que el Herald y algunos de sus articulistas atacan a esa columna patriótica, moral, ética y justiciera que es José Martí.

Tal vez lo que preocupa a los nuevos ideólogos de la desolación histórica, es que la Cuba decidida a renovar el ideal justiciero y libertario de la Revolución, lo hace afincándose esencialmente en sus raíces, sobre todo tras la caída del socialismo real, cuando se comprendió cabalmente que el Martianismo, entendido como el crisol de los ideales patrióticos nacionales, debería presidir la aspiración socialista.

Y esa elección sabia, encumbrada y sensitiva lleva en su corazón el ardor de quienes un día se levantaron sobre el imposible para salvar a nuestro Apóstol de la ignominia en el año de su Centenario.

Martí nos acompañará sin remedio en toda rectificación, hasta en el ecumenismo que deberá presidir nuestra actuación para avanzar hacia esa Cuba «con todos y para el bien de todos».

A quienes pretenden someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, a esas aves que vuelan en el cielo de barras y estrellas que se les abre en el Herald, ya el Héroe Nacional los había descaracterizado: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio...».

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