La noticia es triste en su irreversibilidad: ha solicitado su jubilación la Doctora Miriam Rodríguez Betancourt, a quien califiqué un día como Profesora Infinita en cierta crónica sobre el periodista cubano. No me resigno a que se vaya a casa, a acariciar sus gatos, esa cátedra andante con más de cuatro décadas en la Universidad de La Habana. Cómo podrá viajar al sosiego quien ha formado a generaciones de periodistas, con su imperturbable oficio de enseñar los secretos, bellezas y deberes de la palabra a tiempo.
En ese nadar hacia un horizonte que nunca alcanzas —el agónico placer del buen periodismo—, Miriam nos ha remolcado casi sin darnos cuenta. Y lo ha hecho siempre con elevado sustento teórico, pero con ese sencillo aderezo que imprimen los inteligentes y auténticos. Es la Academia con zapatos sport, para entreverar los conceptos con la vida sudorosa y las suelas gastadas.
Sus clases, ya impartiendo Redacción y Técnica Periodística, ya La Entrevista o La Crónica, podrían ser modelos para alcanzar liderazgos y sellar procesos de comunicación en cualquier esfera. No impone. Susurra y sugiere maravillas, como si prescribiera analgésicos. Y así también son sus libros, magistrales por encapsular grandes meditaciones en jícaras de charla nueva.
Sin creérselo ni mucho menos, esta dama de refinada agudeza ha alcanzado ya la infinitud en la prensa cubana. Sí, porque lejos de facturar y labrar el sobrado talento expresivo que la distingue, ha optado por impulsar el ajeno desde esa cátedra suya que no termina con el timbre al final de la clase, ni en la tutoría brillante; sino que copa los intersticios de la vida periodística, con esa elegante decencia de los sinceros y los buenos.
Los corceles de la nostalgia me transportan de improviso a un aula de principios de los 70 —época cruenta y tierna a la vez—, donde un muchacho recién salido de una tumultuosa beca preuniversitaria viaja con su profesora por las narraciones y atmósferas más subyugantes de la urgencia periodística, e interroga a Dios si es necesario con las técnicas y los impulsos de la entrevista mayor.
Si algo sabemos en materia de ensartar palabras y darles color y luz, se lo debemos, además de a un hormonal don de comunicar, a personas como Miriam Rodríguez Betancourt, quien nunca nos abandonó en el foso de la ignorancia y la inexperiencia, y nos trajo hasta aquí.
Profesora Infinita, cuántos desvelos tuyos irrigan nuestras líneas a galope de cierre. Puedes irte a acariciar los gatos, y a mantener la cátedra, ahora desde la distancia. Siempre estaremos en deuda contigo, en cada cuartilla en blanco que nos desafíe.