Una lectura fallida y una interpretación errónea del periodismo pueden conducir hacia la ilusión de que los hechos noticiables son como fugaces cometas solitarios que se consumen solo como pan del día y al siguiente se borran, se olvida, sin digerirse. Por el contrario, apenas son fragmentos eslabonados de procesos muchos más amplios, cuyos orígenes y consecuencias predictibles merecen toda nuestra atención, si se aspira a una sociedad bien informada.
Sería criminal, por ejemplo, que los medios informativos con toda la responsabilidad que les corresponden dieran por terminado lo acontecido en la reciente Cumbre sobre el cambio climático en Copenhague, como un capítulo cerrado hasta que se reabra en Ciudad de México, cual se tratara de un asunto más en la agenda mediática, en lugar de uno central y permanente que atañe y con urgencia a la sobrevivencia de la especie humana.
Siguiendo la lógica de cómo enfrentar un fenómeno, cualquiera que sea, las delegaciones de Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, y de otros países, apuntaron consistentemente hacia las causas profundas, sin lo cual ni hay comprensión y menos solución.
En cambio la tendencia predominante de los emporios mediáticos que por línea general envenenan tanto a la opinión pública como los gases contaminantes que se deben reducir, consistió en reflejar con cierta espectacularidad la superficie de las contradicciones cruciales que se manifestaron en una capital danesa asaltada policialmente.
Un blog de uno de esos medios, casi por excepción, señaló que durante los días de la Cumbre se restringió el vital tema del calentamiento, para preservar en la primacía de los espacios el cotilleo amoroso de una celebridad deportiva millonaria, entre otras banales historias personales y chismografías construidas como acontecimientos y culebrones morbosos. Y al concluir el trascendental foro, allí murió lo poco que entró del mismo en páginas y espacios audiovisuales de los llamados gigantes informativos.
Me uno a quienes en algunos sitios de Internet atribuyen en buena medida la reticencia de gobiernos de países ricos representados en Copenhague a las propuestas de sustanciales reducciones de gases de invernadero en plazos fijos, al temor de tener que decirles a sus ciudadanos electores, que tienen que cambiar sus hábitos de consumo irracional, despilfarrador y desenfrenado.
Y se explica, porque esto último entraña sacudir las bases mismas de la economía capitalista de mercado, en la que todo se saca a la venta para acumular ganancias, si para ello hay que saquear desmedidamente a la naturaleza misma, al habitat gracias al cual todos estamos plantados y respiramos.
También se explican los silencios en torno al cambio climático por parte de los emporios mediáticos, por toda su imbricación con los centros de poder financiero, militar y político de los países ricos. Y todavía hay quien se atreve a venderlos a incautos e inadvertidos como modelos de la libertad de prensa. En todo caso, la libertad de actuar irresponsablemente, insensible a la especie humana, guiado por el dios del interés mezquino.