Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tornillos, roscas y otros pesares

Autor:

Luis Sexto

Un lector, médico, me escribió contándome sus pesares en un agromercado de la capital. Es allí un cliente, un comprador, pero como ya hemos apuntado en esta columna, en el mercado donde predomina la voluntad del vendedor los derechos de los consumidores se reducen casi al mínimo. Y, por tanto, al doctor cuyo nombre no necesito mencionar, cada vez que protesta porque en la tabilla de los precios se lee una cifra y el tarimero canta una superior al momento de pagar, le declaran la guerra y le fichan la cara para no venderle nunca más.

Parece increíble. En las tarimas de oferta y demanda también rigen las actitudes y los procedimientos burocráticos, como rigen en cualquier otro mercado, porque en todos, aun en los estatales, manda todavía la voluntad del vendedor. El resobado lema de que el cliente siempre tiene la razón es una referencia histórica, no una realidad comprobable.

No puedo sino, ante mensajes como este, repetir que sobre los ciudadanos recae un aluvión de pesares y torpezas que agravian y agravan las circunstancias concretas de nuestra sociedad. Y el periodista está como en la primera línea de fuego, porque, aparte de que uno experimenta también las mismas dificultades y problemas, recibe las demandas de lectores y oyentes pidiendo explicaciones, incluso antídotos contra la incertidumbre. Suponen que los trabajadores de la prensa lo sabemos todo, y podemos aclararlo todo. Y qué uno podrá decir, si a veces sabe menos de lo que le exigen las obligaciones de esta profesión tan vinculada a la conciencia ciudadana y a los conflictos humanos.

Debo confesar que ya no bastará repicar las campanas de las consignas, o emplear los altavoces de las frases resobadas. Los receptores no se conforman con las palabras huecas, los socorridos términos de la compasión o las palmaditas de ánimo en la espalda. Cualquier palabra de aliento ha de tener un sentido palpable; una semilla de certeza para que pueda ejercer su papel dinamizador.

Me parece que nuestra sociedad, aun dentro de las limitaciones que la asedian —crisis mundial, bloqueo, incompetencia—, ha de intentar iluminar con los focos de la buena política sus zonas oscuras. ¿Podremos impedir que entre nosotros se extiendan los procedimientos rígidos, el uso de la sanción como palabra recurrente y casi mágica con que algunos pretenden solucionar el desorden o el desánimo? ¿No resultarán más convenientes lenguaje y acciones que tiendan a generar y afianzar una atmósfera de estimulación, de consonancia entre problemas, situación, proyectos, soluciones, posibilidades, esperanzas, y los hombres y mujeres, jóvenes y adultos, que cada día entran en sus centros de trabajo o acuden a las escuelas?

Es imposible, a mi modo de ver, que exista total imbricación en los proyectos colectivos de nuestro país, si a veces —según mensajes recibidos— se niega lo menos costoso, como el saludo, y unos insisten en remarcar las diferencias estimando que la autoridad y el rango se protegen desde la distancia entre representantes y representados. Cuánto recuerda uno al Che. Porque en verdad, la Revolución trajo un concepto del uso del poder que si lo perdiéramos, nos perderíamos: el poder, por pequeño que sea, solo se justifica si se dedica a servir a la gente.

Pues bien, y qué hacer con la queja del médico que me ha escrito muy apesadumbrado por el tratamiento que recibe en el agromercado. Por supuesto, yo no podría decir, por sus efectos políticos y económicos contradictorios, que castiguemos, quitemos licencias, suprimamos espacios. Habrá, pues, que modificar conceptos: en el mercado de cualquier tipo y propiedad han de predominar los intereses de los compradores, de los clientes. Nada se nos da de favor; todo lo que se consume, salvo la asistencia médica y la educación, se paga. Por lo tanto, si pago, tengo el derecho a elegir, a exigir y ser correspondido. De qué otra forma puede funcionar la sociedad en este estadio de desarrollo social y material. Dígolo sin querer zaherir la sensibilidad de mis lectores: la carreta ha de ir, por largo tiempo, detrás de los bueyes. De la otra manera, por mucho que apretemos los tornillos, se irán de rosca.

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