En Afganistán el cultivo de opio ha disminuido un 22 por ciento este 2009. El dato, hecho público por la agencia de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), supone la mayor caída de la historia en un país productor del 90 por ciento de la heroína que se consume en todo el mundo. Sin embargo, los niveles de producción de droga siguen siendo muy elevados y el país también posee grandes reservas de opio ya procesado.
Resulta dramático que la producción de amapola sea más rentable que sembrar trigo, y por tanto, esta es la alternativa de millones de familias para dar de comer a sus hijos. No pocos campesinos aseguran que cultivan la amapola —la planta que se transforma en opio, materia prima de la heroína— para matar el hambre. Mientras, quienes cambiaron su producción por otros cultivos, ahora se lamentan, porque no les alcanza para mantener a los suyos.
Este es el caso de Mohammed Jawar, un campesino de la localidad de Lashkar Gah, entrevistado por la BBC, quien explicó que se dedicará a sembrar trigo, tomates, papas y melones… Claro, porque no le queda otro remedio. «El gobierno no nos deja plantar amapola. Si viviera un poco más lejos, la plantaría. Sé que la amapola da mucho trabajo, pero ¿qué se va a hacer?», explicó.
En un país arrasado por casi ocho años de invasión estadounidense y cuya industria del opio está principalmente controlada por bandas criminales y funcionarios corruptos, los más pobres son las principales víctimas de un negocio que floreció hasta límites insospechados, luego de que EE.UU iniciara la «cruzada contra el terrorismo». Ellos se quedan sin opciones y se debaten entre sembrar lo que está «prohibido» o llenarle el estómago a su prole. Muchos expertos han llegado a considerar a Afganistán un narcoestado, y es que en 28 de sus 34 provincias se produce droga y, según la ONU, 1,7 millones de personas se dedican a ello.
Si bien la caída de la producción supone una buena noticia en el difícil panorama que enfrenta esta nación centroasiática, la solución definitiva no se vislumbra. Para los más pesimistas está fuera de pronóstico.
Como si no bastara, la violencia generalizada —especialmente después de las elecciones del 20 de agosto—, las denuncias de fraude masivo en los comicios, el aumento de tropas extranjeras, el debate sobre una nueva estrategia para «pacificar» la nación (por supuesto entre EE.UU. y sus aliados) forman parte de una aplastante realidad para los afganos.
La guerra, el hambre, la sensación de tierra arrasada, la desesperanza, los estruendos de bombas aquí y allá, los muertos, los campos de amapola… Para muchos es muy difícil cambiar de rumbo. El opio sigue siendo una «alternativa» rentable.