Al igual que cualquier equipo electrónico, que cuando no sirve se bota, los organismos internacionales, cuando no funcionan, deben desaparecer. Ese es el caso de la Organización de Estados Americanos (OEA). Desde su fundación, allá en 1948, esa organización regional apenas puede contar nada positivo que haya realizado en pos del bienestar de los pueblos que, supuestamente, representa. Es más, casi se puede afirmar lo contrario.
Cada vez que ha habido una intervención militar, directa o indirecta del gobierno de Estados Unidos en la región, los estados miembros de la OEA han participado en ella, la han apoyado o se han quedado callados no diciendo ni pío para condenarla. República Dominicana, Granada, Haití, Cuba, Nicaragua, son ejemplos vivos de la complicidad de esa organización con las acciones violentas de uno de sus miembros. Es más, Estados Unidos estructuraba sus planes intervencionistas y después contaba con el incondicional apoyo del organismo interamericano. Es así que, en el transcurso de los años, su desprestigio e inoperancia la han convertido en una entidad digna de desaparecer.
Varios países de Latinoamérica están pidiendo su desaparición, alegando que no hay razón para seguir manteniendo un aparato disfuncional que solo sirve para que Estados Unidos y algunos incondicionales de la región sigan hablando de una comunidad de intereses americanos cuando, en realidad, esa comunidad de intereses, en la práctica, no existe.
Los intereses de La Paz distan bastante de los intereses de Washington. Entre uno y otro no hay nada, ni política, ni social, ni culturalmente en común. Sus historias son diametralmente opuestas, sus costumbres son tan diferentes como la noche y el día, y la visión de la vida de uno y otro pueblo en nada se parecen. Lo que pasa entre La Paz y Washington, es lo mismo que pasa entre este y los otros países de la región. Entonces, ¿para qué seguir hablando de la existencia de un interés común que realmente no existe? Latinoamérica es una cosa y Estados Unidos es otra. Ni tan siquiera el idioma los une.
Ahí está la reciente reunión de la OEA en Honduras. Allí ha quedado demostrada la profunda división de intereses que existe entre el norte y el sur. Todos los países reunidos en Trinidad y Tobago en la Cumbre de las Américas el pasado abril le pidieron a Estados Unidos que abandonara la política agresiva contra Cuba y que se sentara a conversar con el gobierno cubano. El presidente Obama y su Secretaria de Estado supuestamente tomaron nota de lo expresado por los líderes de la región. Parece, sin embargo, que como les habían hablado en un idioma diferente, poco entendieron.
Ahora en Honduras, para la reunión de la OEA, Estados Unidos empezó a poner peros y trabas para que no se levantaran las sanciones contra Cuba que acordaron en la octava reunión de esa organización 47 años atrás en Montevideo, Uruguay. En aquel cónclave, se acordó expulsar a Cuba del organismo regional porque, supuestamente, Cuba había adoptado un camino «incompatible con los principios y propósitos del sistema interamericano». Habría que averiguar cuáles eran esos principios, ya que sabemos cuales eran los propósitos. Trece países, de los 21 que componían la OEA en aquellos momentos, votaron a favor de que Cuba fuera expulsada. Hubo seis abstenciones y por supuesto, el voto de Cuba en contra.
Existe un párrafo en la declaración del 62 que es digno de ser enmarcado y colocado en el puesto de honor de la hipocresía política mundial. Dice lo siguiente:
«Que entre esos propósitos y principios están los del respeto a la libertad de la persona humana, la preservación de sus derechos y el pleno ejercicio de la democracia representativa; la no intervención de un Estado en los asuntos internos o externos de otro y el rechazo de alianzas o entendimientos que motiven la intervención de potencias extracontinentales en América».
¿Qué les parece? Es imprescindible nombrar algunos de los países que votaron a favor de «defender la libertad humana y la preservación de sus derechos y el pleno ejercicio de la democracia». Allí estaban, entre otros, los representantes del general Anastasio Somoza, de Nicaragua; del general Miguel Ydígoras Fuentes, de Guatemala; del general Alfredo Stroessner, de Paraguay... Es decir, la crema y nata de la fauna de dictadores latinoamericanos se reunió en ese Montevideo del 62, nueve meses después de la invasión de Bahía de Cochinos, para expulsar a Cuba de la OEA, por orden de Estados Unidos.
Hoy no existen aquellos personajes, ni existe la Unión Soviética, ni el llamado comunismo internacional, pero la representación norteamericana fue a la reunión de Honduras para, según la Secretaria de Estado, decir que «no se trata de revivir el pasado, esto es sobre el futuro, de ser fiel a los principios fundadores de esta organización». ¿Cuáles principios? ¿Los de Somoza, Duvalier, Trujillo y otros dictadores, que junto con Estados Unidos participaron en la fundación de la OEA? En realidad, ¿para qué sigue existiendo la OEA? Ahora que acaban de revocar aquella resolución de 1962, América Latina sigue un curso diferente al de aquellos tiempos, no importándole si con la OEA o sin la OEA.
*Lázaro Fariñas es periodista cubano residente en Miami.