FUE durante ese lapso de «estira y encoge» que suele producirse en una terminal mientras se aguarda por un ómnibus previamente anunciado, cuando brotaron las especulaciones: «seguro nos ponen una Mercedes». «No, qué va, una de las amarillas escolares». Otro fue más elocuente: «¿Qué dicen? Será una Yutong...».
Hasta que por fin alguien avistó: «¡Pero, caballero, miren eso, si es una Girón V! ¡Bah¡» Y ahí mismo comenzaron a vilipendiar verbalmente al inofensivo vehículo de transporte de personal.
Aunque entonces permanecí callado, no quería sentirme cómplice de aquel agravio y me puse a buscar una manera de demostrarlo.
Lo primero que hice fue buscar información en la Internet y les confieso que, a diferencia de otras distinguidas marcas, el tecleo de esa palabra de cinco letras, antecedido por ómnibus o guagua, apenas generó páginas en Google. En cambio, el nombre glorioso de esa playa cubana, por sí solo, provocó decenas de impactos alusivos a lo que fue la primera gran derrota del imperialismo norteamericano en América Latina.
Aunque por ahí anda un criterio —del cual difiero— de que lo que no aparece en el susodicho buscador, no existe, presiento que si se recuperasen digitalmente algunos trabajos periodísticos acerca de nuestras «Girones», tal vez sobresaldrían las críticas porque no llegaron a tiempo, no pararon, contaminaron el ambiente o les faltaron piezas de repuesto.
Descubriríamos también que nadie, para referirse a ellas, ni siquiera en sus años mozos, utilizó adjetivos como flamantes, vistosas o modernas.
De lo que no me queda la menor duda es de que ni aun con el arribo de tiempos mejores hemos dejado de tenerlas presentes casi con la misma nitidez con que imaginaríamos un carnaval, el Morro habanero, o los tamalitos de Olga.
No importa si terminamos hablando de los años de las Leyland, las Skoda, las Hinos o las Ikarus, porque, mire usted, las «Girones» siguen ahí, dando la batalla. Incluso, he visto algunas remotorizadas a las cuales hay que respetar en la carretera.
Lo cierto es que con estas guaguas se han asegurado trascendentales batallas del país en la agricultura, la educación, el deporte, la construcción o la defensa. Gracias a ellas millones de trabajadores llegaron puntuales a sus centros de trabajo y vivimos las mejores décadas de los recorridos intermunicipales, con frecuencias de hasta 10 ó 15 minutos entre viajes.
Fruto de la cooperación con países del desaparecido campo socialista, se llegaron a ensamblar con diseños ciento por ciento cubanos. Sus modelos se extendieron desde la Girón V hasta la XII, con motores Ikarus, articuladas, en una muestra además de nuestra creatividad, de voluntad para satisfacer la demanda del transporte de personal, acorde con los bolsillos del país.
En la biografía de cualquier «Girón» se agolpan anécdotas sobre nuestra historia común. Tampoco escaparon al gracejo popular y fueron bautizadas con motes como «ortopédicas» o «aspirinas», en dependencia del modelo o la clase de asientos.
¡Cómo no recordar aquellas alegres canturías infantiles en plena carretera, rumbo al campamento pioneril: «una cervecita para este chofer, qué es lo que le pasa que no quiere correr...»!
En pleno período especial muchas fueron acondicionadas como ambulancias, laboratorios para las donaciones de sangre, «guaguas de la música», y hasta como rodantes Joven Club de Computación.
Tal vez entre esas imágenes no falte el típico ruido de sus motores GAZ, de fabricación soviética, que por momentos nos hacían pensar que remontábamos hacia el cielo. Así y todo, recuerdo que llegaban hasta los más intrincados parajes de nuestra geografía, y allí, a un kilómetro de distancia, en la cresta de una loma, escuchabas decir a alguien que las «adivinaba» por el ronroneo: «por ahí viene la guagua de Chicho».
Como algunos de sus prototipos tan solo poseen una puerta, no creo que existan muchos por ahí que no hayan pasado la casi fantástica prueba de atravesar un pasillo colmado de glúteos, barrigas, maletines o cajas de pollitos, sin ganarse un arroz con mango.
Y qué decir de sus choferes, algunos de los cuales todavía las miman como a una amante. Pese a lo poco agraciadas que nos parezcan, se las arreglan para mantenerlas relucientes, pulcras. A muchas de ellas no les faltan sugerentes letreros en los cristales, fotos e ilustraciones de distintas marcas, y no precisamente de autos. Pueden ser lo mismo de zapatos que de un anticongelante: la cosa es estar «en onda».
Es cierto que ellas no tuvieron DVD, pero gracias a la ingeniosidad han gozado de adaptaciones de todo tipo, desde un radio VEF 206 hasta bocinas de tocadiscos, ventiladores, lucecitas de colores, muñecos para recién nacidos, coletas en los espejos retrovisores y hasta una cintica roja en el tubo de escape.
No pocos conductores les injertaron logos o marcas de otros tipos de ómnibus o camiones. Así, usted aún puede encontrarse al doblar de la esquina con híbridos como una Girón V-Diésel o Toyota. Recuerdo haber visto una a la cual le colocaron un distintivo de Roman, pero como el chofer se llamaba Ramón, solo tuvo que alterar el orden.
En vista del tiempo pasado y de la cultura adquirida, no solo para hacer colas, solo pido que las nuevas que nos llegan no padezcan del «síndrome del graffiti guagüero», a lo cual sus predecesoras no escaparon. Así, mientras usted viaja, no tendrá por qué enterarse de proclamas como: «Oxiurisleydis y Yonofui, UPS». (No se trata de lenguaje informático, sino de las siglas de Unidos Para Siempre).
Por eso, considero que nada más desagradecido que mofarse de ellas, y bien pudieran declararse como parte de nuestro patrimonio, al igual que los famosos ómnibus ingleses rojos de dos pisos.
Simplemente, no vale hacer comparaciones. Nuestras «Girones» deberían suponer una imagen de aliento y son símbolos de un tiempo en el cual crecimos como país fruto de nuestro propio esfuerzo, emprendimiento, resistiendo las más grandes adversidades. Por eso digo desde aquí: ¡Que vivan las guaguas Girón!