Recién ha comenzado el año y los recuentos llegan solos a la cabeza, a veces sin llamarlos... Pienso en mi trabajo y recuerdo un martes, que pudo ser uno cualquiera pero, como cada día, fue especial por razones diferentes:
Es martes y el grupo se reúne una vez más para ratificar su decisión de vivir sin drogas y además vivir a plenitud. El tema de hoy es escabroso, «la desafiante relación que se establece entre padres e hijos», sobre todo cuando alguno de los miembros de esa pareja, o ambos, han renunciado al derecho al diálogo y han encerrado al amor en jaulas de soberbia.
Comienza a llover, todos contemplaban la hermosísima lluvia de la tarde de ese 29 de julio. Al inicio de la sesión alguien había observado que ahora todos andan elegantemente vestidos, lo cual es señal inequívoca de mejoría y, si continuaba lloviendo al terminar el encuentro, podría estropearse la elegante ropa, que para algunos no es más que un único pantalón tal vez raído, pero, eso sí, muy limpio.
Un estruendo afuera nos silencia. En broma, alguien dice:
—Profe, le «hicieron talco» el polaquito.
... Silencio. Nos damos cuenta de que es un accidente, miramos por la ventana y vemos un camión muy alto, casi girado al revés de la circulación, que se impactó contra el alumbrado público. Uno de los muchachos rompe el silencio: —Alguien puede necesitar ayuda.
Todos los ojos se vuelven hacia mí. Tenemos normas que se esfuerzan por cumplir, los rostros piden permiso para ayudar: —Vamos, digo, y todos salen.
Afuera la lluvia y la tierra se convertían en fango. Un hombre semiinconsciente ante el timón de su camión sangraba profusamente con un evidente trauma craneal y un ojo fuera de su órbita.
Entonces veo a mis muchachos, esos que un día equivocaron el camino, esos que por mucho tiempo no tuvieron en cuenta a nadie sobre la faz de la tierra, ni siquiera a ellos mismos, solo a las drogas, esos que se habían convertido en paradigma del egoísmo patológico, los que un día se dieron cuenta de que necesitaban ayuda para retomar las riendas de su vida, esos muchachos «elegantemente vestidos» o con su limpio único pantalón, están allí; los veo mojándose bajo la lluvia, se enfangan, veo cómo se llenan la ropa de sangre, cómo pedían desesperadamente ayuda a todos los autos que al pasar aceleraban para no brindar la obligada ayuda a un accidentado y el agradecimiento breve pero genuino a los que sí lo hicieron.
De regreso del cuerpo de guardia del Hospital Albarrán, observo cómo los que se quedaron habían puesto a salvo las pertenencias del chofer que viajaba solo, habían hecho un listado doble de todo y lo entregaban a la policía, cuidaron del camión perteneciente a una empresa estatal e impidieron que algunas personas se llevaran partes útiles del alumbrado público.
¿Y por qué esta historia?, se preguntarán; pues porque es la prueba fehaciente de que salir del mundo de las drogas, es mucho más que dejar de usarlas, es responder a los estímulos del medio sin curiosidad morbosa, es moverse por una orientación consciente hacia el cumplimiento de la solidaridad, es controlar los impulsos, es priorizar las necesidades de otro más necesitado de ayuda, esa ayuda que ellos un día recibieron y hoy pueden brindar, es reconocer que los bienes materiales sociales, son de todos y todos debemos cuidarlos, es organizar las ideas para proteger y protegerse, es indignarse ante la indolencia ajena, es poner más allá de la lluvia, el fango, la sangre y tal vez la pérdida de la ropa «elegante» o del único pantalón, la capacidad recuperada de decidir por la vida propia o la ajena.
Con respeto y admiración miro a estos hombres que poco a poco van creciendo hacia un futuro mejor y, tal como ellos mismos aseguran, los mejores días de la vida están por venir... no quiero perderme esos días, quiero estar cerca, quiero seguir disfrutando la satisfacción de acompañarlos en ese empeño y ser parte de la metamorfosis.
A todos esos hombres y mujeres que disfrutan el placer de vencer dificultades en pro de una mejor calidad de vida, a todos, los míos y los que en cualquier parte de nuestro país hacen verdad la canción que dice «Hombre que vas creciendo...»: Feliz año.