Vamos hoy a pescar. A quién no le gusta tirar el anzuelo y esperar quietamente, con la cabeza coleteando por los aires del no me importa, a que un «peje» pique. Por tanto, me van a dispensar que no desee introducirme en algún tema polémico. Alguno de mis generosos lectores podrá sentirse defraudado. Pero uno también se fatiga de litigar. Y se toma un día para pescar y dulcemente reposar... Tenemos derecho, ¿no?
Les comento, pues, un libro que se titula Pescando recuerdos. El autor, quizá un día en que notó que se ponía viejo, o se hallaba provisionalmente cansado, comenzó a tirar la carnada entre las pocetas y depresiones de su vida, y enganchó estos recuerdos antes que las aguas del río —oh, la imagen clásica de Jorge Manrique— se los llevara al destino supremo de toda corriente: desaguar en el mar y perderse confundida en la inmensidad donde la pequeñez humana desaparece.
Hablo, sea dicho ya, de un libro de Enrique Oltuski. Y es oportuno que lo comente cuando apenas una quincena nos separa del aniversario 50 del triunfo de la Revolución. Oltuski es uno de sus actores. Cuántas cosas —experiencias, dificultades, cargos, dolores— se juntan en este hombre nacido en 1930 y que todavía hoy trabaja como viceministro de la Industria Pesquera. Lo conocemos públicamente desde hace 50 años. Oltuski, el primer ministro de Comunicaciones de la Revolución, y antes, durante la guerra de liberación, el coordinador del 26 de Julio en la provincia de Las Villas; Oltuski el ingeniero, el director de empresas. Oltuski el revolucionario honrado, franco; Oltuski el escritor, que le ha hurtado, por no decir robado, tiempo a sus constantes ocupaciones laborales y sus compromisos políticos para escribir, por ejemplo, esa crónica ejemplar, única, insuperable en su intensidad emotiva, donde el autor se pregunta Qué puedo decir del Che.
No puede sorprender que en un individuo se junten tantas fuerzas, a veces disímiles. Y la de escritor no es la menor. Enrique Oltuski es un escritor, un narrador cuya obra, a pesar de no ser numerosa, habrá que tener en cuenta. Gente del llano, otro de sus libros, compone un texto al que el lector retornará varias veces para succionarle el interés, que parece una mina inagotable.
Fíjense, no exagero. Si alguna duda habría, salgamos a pescar con Oltuski estos recuerdos que lo recomiendan como un autor especialmente dotado para la evocación y la memoria. En Pescando recuerdos —de la Casa Editorial Abril— el autor se nos presenta como un memorialista que elude la enumeración fría, tediosa de mil peripecias agolpadas, y nos construye sus recuerdos —esos recuerdos de 50 años de vocación revolucionaria— como en una visión lírica, temblorosa del tiempo que se ha ido, irremediablemente, como ya sabemos, para no volver.
Relatos que parecen cuentos, cuentos que se asemejan a la crónica, prosa que se trasunta en poesía. Así está escrito este libro donde la historia beneficia, como un hilo de agua clara el subsuelo, pero sin trocarse en un texto histórico. Es la historia que al convertirse en memoria pasa a ser, en el talento de un narrador, una aventura insólita, en un período donde muchos hombres y mujeres hallaron la justificación de su vida. Y Oltuski es, sobre todo, un escritor honrado. Estas memorias, o más bien, estas prosas de evocación en que él es el personaje principal, no se entretienen en exaltar los méritos de quien recuerda. Ahí está Oltuski con sus errores y sus frustraciones. Pero sobre todo con su vocación intacta, perseverante en cualquier sitio, haya sido oscuro o iluminado.
Ha sido un hombre leal. Él no lo afirma con palabras. Uno lo descubre cuando lee lo que cuenta. Y cuenta y nos deleita; nos informa; nos hace ver que estos últimos 50 años, con todo, con la estrella o con el trueno, han resultado un lapso marcado por la excepcionalidad. Oltuski no parece estar arrepentido. Tampoco yo me arrepiento de haber leído este libro. Ni de que, apartándome de mis asuntos habituales en esta columna, lo comente. Y lo recomiende.