Al hecho perturbador que origina el anuncio de la llegada de cada huracán, más todavía en esta temporada, tras las bárbaras arremetidas de Gustav y Ike, se sumó ahora el asombro por anunciar al devastador bajo el nombre de Paloma.
Más allá de la ironía meteorológica, lo incomprensible radica en asociar ese patronímico, símbolo universal de paz y entendimiento entre las personas, más allá de sus credos y razas, con un fenómeno de naturaleza destructiva.
Bien se pudo respetar lo que significa para millones en todas las latitudes la frágil paloma domesticada hace más de 5 000 años, que era, incluso, una figura mitológica para los Incas.
La manera de bautizar a los ciclones, como casi todo en esta vida, tuvo un largo desarrollo encaminado a lograr una fórmula, clara y lo más conveniente posible para establecer una fácil comunicación entre los especialistas en Meteorología y el público.
Según las referencias más añejas con que se cuenta, en el siglo XVII los designaban según el santo patrono del día en que ocurría; después sobrevino nombrarlos por números, y a partir de la década de los 50, en el siglo pasado, recibieron nombres femeninos en orden alfabético.
Este método también sucumbió debido a que ocasionó el disgusto de las mujeres por esa asociación de nombres femeninos con un sistema que provoca muerte y destrucción.
Fue a partir de finales de los 70 que comenzaron a utilizar patronímicos de ambos sexos, alternos y en orden alfabético en cada período ciclónico para estos fenómenos del Pacífico Oriental y, posteriormente, se puso en vigor también para el área del Atlántico.
A partir de entonces los países integrados en la Organización Meteorológica Mundial, como confirman diferentes publicaciones científicas, prepararon listas de nombres comunes en los idiomas inglés, español y francés. Y se estableció que cuando una temporada se inicia con los de mujer, la otra comienza con masculinos.
Se acordó jamás repetir el mismo patronímico para un huracán que haya causado una catástrofe, siempre que lo soliciten los países perjudicados.
Consecuentemente sería bueno que si, al menos, faltó la sensatez de desechar el apelativo de Paloma para un huracán, como desagravio se borre para siempre su nombre de la lista para los fenómenos atmosféricos.
Con todo respeto, pero al parecer a los encargados de bautizar los ciclones les falló la orientación, esa misma que caracteriza a las palomas que el famoso pintor español Pablo Picasso inmortalizó en una colección de grabados, en los cuales las utilizó como símbolo de la paz universal.