Me regalaron un libro donde se afirma que en 2003, varios meses después de la invasión norteamericana a Iraq, las cuentas sensibles y expertas sumaban más de un millón de libros quemados. Unas veces por actos vandálicos; otras como efectos de los metafóricos «daños colaterales» de los partes yanquis. Y sobre ambas, como una mano gigantesca e irracional, la causa decisiva: la guerra injusta.
Ahora bien, he partido de ese detalle: un libro que habla de la destrucción de fondos bibliotecológicos en el país que fue el bíblico asiento del Paraíso Terrenal, porque me lo obsequiaron en la Biblioteca Nacional. Allí, por supuesto, se atesora el patrimonio bibliográfico de la nación; es decir, no se regalan libros sino se ofrecen a la lectura, ni es lícito —como alguna vez ha pasado— que algún lector desaprensivo o muy consciente de lo que buscaba los mutile o se los lleve. Como un perro su hueso. Pero a mí, y a otros con más méritos, que nos habían encargado proponer nuestras ideas y memorias, los organizadores de Tardes de novedades nos premiaron con uno o dos libros adquiridos para ello: para estimular.
El meollo de cuanto vengo diciendo, pues, está en que el pasado 21 fui invitado junto con otras personas y personajes —y no escribo personalidad, porque lo que cabe es personaje, es decir, persona relevante—; fui invitado a participar de un homenaje a la memoria de Salvador Bueno, que el 22 cumplía dos años de haber fallecido. Los promotores, la Sala Leonor Pérez de la Biblioteca Nacional juntamente con la Editorial Pablo de la Torriente, en cuyo nombre asistí.
Entre libros recordamos a un hombre de libros. ¿Recordamos? Quizá sea mejor decir honramos. Un hombre que escribió tantos libros, nunca podrá estar olvidado. Su nombre aparecerá ante nosotros en cualquier momento, en cualquier sitio, en cualquier lectura. Salvador Bueno escribió mucho. Y tanto que nunca resultará ocioso, ni suficiente, que los cubanos le expresemos nuestra gratitud. ¿Valoramos a veces qué significa escribir un libro? ¿Valoramos en su esencia solidaria el trabajo de escritores e investigadores de la cultura?
No cuestiono. Simplemente reflexiono. Y porque hablo de un escritor y un investigador, me reconvengo, me pregunto si yo mismo, gente también de libros y letras, acepto la jerarquía moral de un creador de libros, sean de ficción o como envases de estudios e investigaciones de nuestra cultura. Un autor de libros ha de merecer en nuestro país el crédito de un héroe. Como leí en un reconocido ensayista español, los héroes no son solo los que pelean por razones tan nobles como la independencia y la justicia. También los que aportan a su patria un estilo o el conocimiento que la ahonda y la mejora, ganan esa dimensión, que no incluye privilegios sino deberes. Y ya extiendo el concepto a todo creador...
Salvador Bueno nos ayudó a definirnos en qué y quiénes somos con sus estudios sobre la literatura fundacional de nuestra cultura. Cuántos de nosotros depuramos nuestra identidad, nuestra sentimentalidad cubana, al leer Temas y personajes de la literatura cubana, o De Merlin a Carpentier, o sus antologías de ensayistas y poetas sumergidos en los sótanos, es decir, ese tupido orbe colonial y a veces neocolonial donde explayó sus más agudas apreciaciones.
Los familiares —sus hijos y su viuda— y los amigos y admiradores de Salvador Bueno hablamos también de la persona. Y constatamos que no se puede calar tan hondo en la sociedad donde uno se inserta sin que la virtud nos acompañe. La virtud, es decir, el decoro, la solidaridad, el desprendimiento, la humildad. El Doctor Jesús Dueñas Becerra exaltó la humildad del ex director de la Academia Cubana de la Lengua.
Salvador —dijo— era humilde, porque era consciente de cuanto sabía, pero lo era también de cuánto no sabía. Y de la diferencia entre humildad y modestia —modestia que a veces es solo retórica— supo elegir la auténtica humildad: el saber quién es uno realmente, con méritos y limitaciones. Ese pararse sobre el montón de arcilla y de posibilidades que somos y sobre ese trampolín elevarnos a la nube.
El generoso y notable profesor merece mucho más que cuanto dijimos los que nos reunimos el pasado martes en la Sala Leonor Pérez de la Biblioteca Nacional. De ese concierto íntimo surgió la idea de un gran coloquio sobre la obra y la vida de Salvador Bueno. En fin, el maestro de muchos de cuantos estábamos allí, si nos hubiera visto, habría dicho: basta para recordarme que unas cuantas personas se reúnan para hablar, con el corazón, de libros y de cultura. Y habría concluido: Yo no estoy entre los que los queman, sino entre los que los escriben, los leen y los respetan...