En ese momento, el SPD acababa de celebrar un congreso en Hamburgo, y su líder, Kurt Beck, había presentado un programa progresista, aprobado con casi absoluta mayoría. La aspiración era un «socialismo democrático», una sociedad «sin explotación, represión ni violencia», y se pretendía extender el tiempo de cobro de seguro para los desempleados mayores de 55 años, implementar un salario mínimo de 7,50 euros por hora, y anular el servicio militar obligatorio.
Justo cuando aparecían estos felices deseos, los sondeos indicaban que el SPD no «levantaba cabeza», pues mientras solo se llevaban el 25 por ciento de las preferencias, su principal rival, la Unión Cristiano-Demócrata (CDU) —con la que está en alianza de gobierno— acumulaba 15 puntos más.
Lo triste del caso es que, pese a colocar en los oídos de sus electores lo que querían escuchar, la popularidad de los socialdemócratas sigue en el sótano un año después. Las elecciones serán dentro de 12 meses, pero si se celebraran hoy, ¡los porcentajes permanecerían idénticos! Como si a un enfermo, después de un laaargo tratamiento, las medicinas le hubieran resbalado. Y valga otro dato: el partido La Izquierda, el mismo que ha servido de nido a los socialdemócratas que «volaron», está ascendiendo en las intenciones de voto, no ya en el este del país (la antigua República Democrática Alemana), sino también en el oeste, en sitios que antes eran bastiones exclusivos del SPD...
Con estos cancaneos, era urgente revisar el motor. Y lo han hecho: a principios de la pasada semana, Beck renunció a la presidencia del partido, que será reasumida por el veterano Franz Müntefering, y se anunció que el actual ministro de Relaciones Exteriores, Frank Walter Steinmeier, disputará en 2009 la jefatura del gobierno a la actual canciller, Angela Merkel, de la CDU. Cambio de liderazgo, cambio de imagen, y problema resuelto, ¿no?
Pues no necesariamente. Es muy real que Müntefering y Steinmeier son políticos avezados, y no carecen de aquello que los teóricos llaman «carisma». De hecho, Steinmeier, que sería el rostro más visible de un eventual gobierno del SPD, se ha labrado fama de hábil negociador en los asuntos exteriores, lo mismo intentando recomponer los lazos con China —después de que la Merkel le tributara grandes honores a un adversario de Beijing, como el Dalai Lama—, que recorriendo las capitales de varios países centroasiáticos cuyos gobiernos no le agradan particularmente, pero que tienen suficiente gas como para erigirse en alternativas frente a los suministros rusos.
Donde se traba el paraguas es en que ambos pertenecen a una corriente distinta de la de Beck; son socialdemócratas, pero «tirando a la derecha mano», y fueron cercanos colaboradores del anterior canciller, Gerhard Schroeder (1998-2005), quien implantó un programa conocido como Agenda 2010 para «modernizar» el Estado de bienestar alemán.
La Fundación Friedrich Ebert —vinculada al SPD— ilustró los resultados de tales reformas en un informe de 2006. Si bien el paro había decrecido, también se habían aplicado sustanciales recortes en los subsidios de desempleo, en los costos de la salud y en los beneficios a los pensionados, retrocesos que hicieron evocar las prácticas neoliberales de Ronald Reagan en EE.UU., y Margaret Thatcher en el Reino Unido.
«Teníamos que escoger esta política, aun sabiendo que podría conllevar dolor y pérdidas», se lamentó un alto funcionario. ¿Quién? Pues ¡Steinmeier!
Y «ahí está el detalle», como diría el simpático actor mexicano. Si el titular de Relaciones Exteriores llega a sentarse en el butacón más codiciado de Berlín, ¿se aplicará realmente la ambiciosa agenda social de Hamburgo, u ocurrirá una nueva estampida hacia La Izquierda?
Que el tiempo corra, para que nos traiga las respuestas...