Falta, sin embargo, un riesgo que se vincula a los demás en el posible daño o pérdida de cuanto hemos venido defendiendo la mayoría de los cubanos: terminar el proyecto de una sociedad justa, equitativa, políticamente independiente, que siendo dueña de sí y para sí, garantice el bienestar mediante el trabajo honrado y disponga espacio para el talento, la dedicación y otras virtudes personales, que han de ser el único rasero diferenciador entre los ciudadanos, todos iguales ante la ley y las oportunidades.
Ese riesgo, ese peligro es el «síndrome del círculo vicioso». Y qué es eso. Parece complicado, casi oscuro. Echemos, pues, un bombillo ahorrador sobre el concepto. En el campo en el cual lo aplico —esto es, nuestra sociedad, sus problemas y las urgencias de transformación de las que nadie o muy pocos dudan—, el «síndrome del círculo vicioso» resulta, a mi juicio nunca muy seguro, de confundir causas y efectos y de no distinguir la subordinación entre lo subjetivo y lo objetivo.
Estamos de acuerdo en que el trabajo, la producción, los servicios son palancas imprescindibles para facilitar ciertas readecuaciones económicas. ¿Cómo, por ejemplo, eliminar la doble moneda sin modificar los salarios, y cómo hacerlos proporcionales a las necesidades si la productividad es baja y por ende la producción no incrementa su volumen y sí aumentan sus costos? Hasta ahí; no quiero andar por terreno tan movedizo. Ahora bien, de esa apreciación lógica puede derivarse un enfoque que intente morderse la cola. Puede aducirse, en esa posición, que nada habrá de modificarse sin que la productividad y la producción aumenten, y para ello, pues, los trabajadores han de trabajar más basándose en sus reservas subjetivas...
Es ahí, en esa percepción, donde algunos se introducen en un círculo vicioso que se deriva de una especie de silogismo resumido en esta fórmula: sin una cosa no puede haber la otra, y esta no puede existir sin que previamente exista aquella. Es como querer decir: con producción y productividad habrá condiciones para adoptar medidas organizativas que dinamicen la economía y liberen las fuerzas productivas. Pero ¿no parece claro que para producir con eficiencia y efectividad hace falta facilitarles el trabajo a las fuerzas productivas? Visto así nos damos cuenta de una contradicción: si lo segundo depende de lo primero y lo primero de lo segundo, y ambos no se producen, porque esperan uno por el otro, qué hemos de hacer aparte de esperar...
No estoy jugando a las adivinanzas. Tal vez acuda a lo más viejo de la filosofía al decir, en el modo rápido de un periodista, que lo subjetivo, a pesar de toda su fuerza, posee una condicionante objetiva. Probablemente una vanguardia extraordinaria derribe una montaña de un golpe compacto; pero a lo mejor el conjunto, la masa, la generalidad no sea capaz de desmontarla ni piedra a piedra, porque no le vea sentido y no se sienta estimulada, ni concertada. Habrá, pues, que priorizar y separar racionalmente las cosas, más que mezclarlas y hacer depender las causas de sus efectos.
También podrá pensar algún sabichoso que estas cosas ya las advirtió Adam Smith, hace siglos. ¿Y qué culpa tengo yo de que algunos hayan olvidado estas antiguas verdades? El trabajo solo podrá significar algo, a pesar de la prédica ideológica y patriótica, si el que trabaja encuentra sentido en su labor, si materialmente le propicia vivir con decoro. Verlo de otro modo equivale a mirar la realidad a través de un prisma idealista. Como diría un guajiro: poner la carreta delante de los bueyes. Lo dije modesta y cuidadosamente unas líneas más arriba: hay que destrabar nuestras fuerzas productivas para que se retiren las talanqueras del camino, que no son causa, sino efectos, de nuestras limitaciones. Y ello, a mi criterio, requiere de decisiones organizativas que continúen readecuando las relaciones de producción.
Y con ello, ni dormido, se me ocurriría decir que la propiedad del Estado es un fracaso. Quizá, en parte de los casos, lo inefectivo ha sido la organización no socializada y mediatizada de la propiedad del Estado. Tengámoslo en cuenta: los intereses del Estado parten y pasan por los intereses y las necesidades del pueblo... Pero al parecer no he dicho nada. O muy poco.