Fracasaron. El plan imperialista de impedir, manu militari, el traspaso formal de la presidencia cubana y las ideas de asesinar por parálisis nuestra sociedad se tropezaron con la cívica decisión de Fidel y la exitosa conformación del Consejo de Estado cubano. Ahora se abre un período de cambios —tácticos y/o estructurales—, que deberán impulsar decisivamente la producción, canalizar los insumos de un debate popular y desarrollar la democracia socialista.
Estimulados por los discursos del 17 de noviembre de 2005 y del 26 de julio de 2006, los cubanos han discutido con transparencia sus problemas, han criticado y propuesto soluciones. No es nuevo o episódico pese a que algunos, dentro y fuera de Cuba, quisieran verlo así. Heredero de hitos como los del Cuarto Congreso del PCC y los parlamentos obreros, este es otro capítulo de un debate perenne, en plazas o guaguas, en las que mucha gente apuesta, desde lo íntimo, por un proyecto decente, no mercantil y solidario, de convivencia colectiva. Es parte de nuestra obra y las instituciones y prensa deben dar cuenta, veraz, oportuna y estable, del mismo.
En él los intelectuales tenemos, como ciudadanos, un rol que cumplir. Emplear la pluma y la palabra con responsabilidad y orgullo, sin tener que expiar «pecados originarios» detrás del torno y el surco. Contribuir, en los contextos que nos toca, como vecinos que señalan el bache milenario de la esquina, como sindicalistas ante los incumplimientos de la administración, como consultantes para las complejas decisiones de la política práctica, como formadores de opinión mediante la socialización y el intercambio de ideas. Responder a los prejuicios antiintelectuales con la renovada alianza entre cultura, socialismo y libertad.
Asumir el justo protagonismo que nuestra función social exige, denunciar la demagogia de los oportunistas que, alardeando con su falsa modestia, citan constante y descontextualizadas frases de nuestros héroes o culpan al bloqueo para encubrir deficiencias propias. Sostener nuestro antiimperialismo con el mismo empeño con que se reivindica el empleo efectivo de la legalidad socialista como matriz legítima de participación ciudadana. Luchar contra mentes burocráticas, anexionistas o cansadas.
El debate es savia y no coyuntura de una sociedad viva y revolucionaria. No es caudal turbulento que, tras represarse al exceso, rompe las esclusas y se despeña destruyendo a su paso toda obra humana. Es arroyo vivificante donde reponer fuerzas y seguir andando.
* Profesor de Filosofía de la Universidad de La Habana.