No habían partido los últimos ómnibus desde nuestra Ciudad de los Parques y ya se estaban enviando correos a delegados y participantes para conocer, de buena tinta y sin compromisos de anfitrión, «qué tal» había resultado la celebración octubrina. Fue así como recibimos el trabajo Retos y desafíos de un macroevento, de Félix Julio Alfonso, que posteriormente publicó en el diario Juventud Rebelde (véase la edición del 21 de noviembre). Agradecidos por su gesto, pero concientes de que olvidó algunos detalles, colaboraremos con nuestro amigo en su empresa de dar a conocer los pormenores de estas jornadas.
La microcrítica a menudo aparece como el tratamiento parcial, impresionista y poco exhaustivo de un asunto específico que pretende, abrazado a la metonimia, reducir a epidérmicos pareceres fenómenos mucho más amplios y matizados. ¿Cuántos eventos de reconocido e indudable prestigio en nuestro país y en todo el orbe no enfrentan contingencias indeseadas, pero a todas luces perfectibles? ¿A la postre no se basa en eso la práctica humana?
Cuando se concibe un evento de esta naturaleza, más allá de su envergadura (siempre relativa) se mueven con telúrica fuerza muchos más hilos de los que el visitante ocasional pueda advertir. Sin embargo las tasaduras se hacen a partir de resultados concretos, algo con lo que coincidimos absolutamente. Paralelo a la Fiesta y presidiendo sus actividades tuvo lugar el IV Congreso Iberoamericano de Pensamiento con más de un centenar de delegados entre cubanos y extranjeros de los cuales la gran mayoría ostentaba altas categorías científicas. Por qué olvidar el Salón Iberoamericano con la presencia de las artes plásticas, que trajo una muestra internacional donde pesaba la exquisita representación del Centro Wifredo Lam y obras pertenecientes al Museo Nacional de Bellas Artes. Cómo pasar por alto las magistrales conferencias de Enrique Sainz de la Torriente, el movimiento de prensa, el dedeté o el gran nivel del proyecto audiovisual con estrenos, premier y una variedad a toda prueba. La lista de lo que hubiese podido servir como estímulo al pensamiento inteligente, inevitablemente necesita mayor espacio que el que le puedan brindar dos o tres renglones.
Una de las características que distinguen a Holguín es su público conocedor, entusiasta y acostumbrado a grandes eventos a fuerza de lustros de Romerías de Mayo, Fiestas de la Cultura Iberoamericana, Festivales de Cine Pobre y una abultada lista de sucesos culturales. Naturalmente esto viene a romper la imagen pueblerina y callada que se le ha endilgado a las provincias durante siglos y además el reduccionista axioma que asocia la participación popular con una multitud concentrada, bulliciosa y carnavalesca.
Hubiese bastado una mirada apurada a la historia de la Fiesta de la Cultura Iberoamericana, para advertir la nutrida y hasta protagónica presencia de América; sin embargo no es la fría sumatoria de otorgamientos y dedicatorias lo que inclina la balanza hacia uno u otro país; sino el espíritu hermanador, desjerarquizado e incluyente de la celebración en general, que tan bien ilustró su divisa de este año: Por una Iberoamérica más integrada y humanista.
Cómo sería concebir una Iberoamérica poscolonialista si dejásemos a un lado los innegables rasgos de una cultura añosa y a pesar de los pesares raigal. Quien asiste a Holguín por estos días y se desplaza a más de un lugar advierte la presencia de América, de Europa y también del componente africano. Hay que entender, antes de hablar de protagonismos, que en Holguín la presencia étnica es mayoritariamente española y nuestras comunidades culturales de naturales y descendientes abarcan casi todas las regiones de ese país. Entonces cómo evitar que haya cantehondo o que tremolen pabellones catalanes y andaluces entre el mar de banderas que en esos días pululan en nuestra ciudad. Asumiría como banal e intelectualmente aberrante crear cúpulas asépticas y separatistas, remedo fantasmal de los antiguos cabildos africanos.
Microcríticos seríamos si negáramos el encuentro y el diálogo con el pueblo español. No el de Francisco Franco ni José María Aznar, sino el de Miguel Hernández, de Federico García Lorca, Antonio Gades y hasta el de Pablo de la Torriente Brau, ese gigante risueño que fue a morir a la cuna del Almirante. Para nosotros el concepto de Iberoamérica no es la retórica justificante de un jolgorio, es por el contrario voluntad genuina, tradición y compromiso ético.
Tenemos mucho que hacer y ya escuchamos el fragor voluntarioso de la próxima Fiesta sin necesidad de pegar el oído al suelo, por lo tanto nos confiamos al comentario sincero y bien intencionado de quienes nos visitan. Estamos ansiosos por repetir una vez más una frase de rigor, aunque muy sincera en nuestros labios: Bienvenidos.
*Investigador de la Casa de Iberoamérica