Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Watt no sabía, Brown tampoco…

Autor:

Luis Luque Álvarez
Abrahams, el «caritativo donante», aparece detrás del ex premier Tony Blair, durante un acto del Partido Laborista en mayo de 2007. Foto: Reuters. Últimamente nadie sabe nada. El pobre Bush «desconocía» que Irán no estaba fabricando armas nucleares, y hasta unos cuantos gobernantes europeos se desayunaron tarde con que los cielos de sus países eran surcados por aeronaves de la CIA, que traficaba con personas listas para ser torturadas.

También en el Reino Unido hay quienes no saben. Uno es Peter Watt, ex secretario general del Partido Laborista. Su cargo va precedido por el prefijo «ex» porque, en efecto, debió renunciar a raíz de «no saber» que un empresario de inmobiliarias, David Abrahams, había entregado ilegalmente al partido la suma de 663 975 libras esterlinas.

Bueno, saberlo, lo sabía. Lo que dice ignorar Watt era lo ilícito de la donación. Sucede que, según la ley británica, nadie puede aportar a un partido político más de 5 000 libras esterlinas sin que sus datos sean del dominio de la Comisión Electoral. Y Abrahams lo hizo encubiertamente, a través de cuatro de sus empleados, mientras Watt, secretario general de una formación política, empinaba papalotes en las orillas del Támesis.

En este caso, ¿por qué Abrahams quiso ir «por la izquierda» y no ser transparente? Según sus propias palabras, porque él había entregado ya bastante dinero al Partido Laborista y a «obras caritativas», y no deseaba ninguna publicidad como gran contribuyente. Tan humilde desapego de la riqueza y la fama provocaría, seguramente, que algunos dejaran caer su lagrimita, de no saber que Scotland Yard (la policía londinense) está tras la huella de un permiso obtenido por el magnate para la realización de una obra constructiva en Durham, en el noreste del país. Algo en lo que la «caridad» pudo dar un empujoncito, ¿no?

Desde luego, hay un escándalo en escena, solo meses después de que los laboristas tuvieran que capear un temporal de denuncias por haber recibido préstamos ilegales de parte de acaudalados sujetos, deseosos de «agilizar» el trámite para ser nombrados miembros de la nobleza.

Ahora las centellas van de un lado a otro del Parlamento. Los conservadores acusan a los laboristas de protagonizar «una lamentable historia de violación de la ley a altos niveles», y estos ripostan recordando que en los años 80 sus adversarios recibieron jugosas sumas del empresario turco-chipriota Asil Nadir, sobre quien pesan cargos de robo y fraude, por los que aún no se ha atrevido a regresar a Gran Bretaña desde su refugio mediterráneo.

No hay que tener gran imaginación para saber qué tal debe estar cayéndole el nuevo zipizape al primer ministro Gordon Brown. Este ha tildado de «inaceptable» la furtiva donación de Abrahams, y ha llamado a reformar cuanto antes el mecanismo de financiación de los partidos, para ganar en claridad. Y claro, ¡que se devuelva el dinero sucio!

Por desgracia para Gordon, sea que se demuestre su inocencia o su conocimiento del caso —la policía puede someterlo a pesquisas a él y a otros políticos—, tal vez lo peor de todo es que los laboristas están de nuevo en la prensa, y no por buenos motivos. Hace solo dos semanas, el premier en persona pidió disculpas públicamente porque una instancia gubernamental perdió dos discos con los datos bancarios de 25 millones de británicos, quienes podrían ser víctimas de fraude.

Como el cándido de Watt, tampoco nadie sabe nada de esos dispositivos. Y el público, que en un inicio apreció con optimismo el desempeño del sucesor de Tony Blair, puede estarse preguntando cuál es el límite. Porque no lo sabe...

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