Sin bullicio, pero a voz entera, los cubanos estamos reflexionando. Lo necesitábamos. El discurso de Raúl el pasado 26 de Julio se convirtió en una clarinada con su percepción realista de las dificultades y los problemas que estorban nuestra vida. Más bien, a mi parecer, el énfasis ha sido puesto en los problemas, que contrariamente a las dificultades, que suelen tener su origen fuera de la voluntad, responden a los tortuosos caminos de lo subjetivo.
Es decir, las dificultades se nos aparecen en el camino. Como un «flai», una parábola cuyo punto de partida se afinca en cualquier otro sitio. Por ejemplo, un ciclón o el aumento del precio del petróleo. ¿De quiénes dependen? No de nosotros los cubanos, que resultamos al cabo víctimas de la naturaleza, o de las decisiones de países exportadores del combustible o de los conflictos que generan las ambiciones geopolíticas de las potencias.
Ahora bien, si me permiten continuar esta especie de análisis «sociosemántico», las dificultades pueden convertirse en problemas. Si el combustible se derrocha, de dificultad en su adquisición, pasa a ser un problema en el uso y la distribución. O si, como ocurre en el campo, una voluntad burocrática exige obediencia, sometimiento incondicional a una CPA o una UBPC, a cambio de entregarles o... no entregarles combustible, eso es ya un problema. Y de los mayores. Porque se violan y distorsionan impunemente las reglas sobre las cuales esas entidades cooperativas —fórmula socialista de organizar la propiedad agraria— basaron su surgimiento y desarrollo. Quién duda que el uso y tenencia de la tierra necesita autonomía, espacio jurídico y técnico para que cuantos la trabajan decidan, allí, en contacto con la realidad, lo más útil y conveniente, en consonancia con sus intereses particulares y los generales de la nación.
Ese —la injerencia burocrática— es un cierto peligro, o mejor: un peligro cierto. Cualquier discusión sobre los problemas de la sociedad cubana tiene que pasar de la denuncia del hecho a las causas que lo condicionan y lo transforman en un proceso. Nuestra agricultura rinde a medias. Los campos permanecen vacíos en apreciable medida. Nos quejamos justamente. Pero no basta. Y creo, incluso, que la improductividad de alguna de nuestras tierras no se debe a que los trabajadores agrícolas sean vagos o los suelos se hayan cansado. Estaríamos inventando un falso blanco. Con lo cual, cualquier tiro se dilapidaría en el gasto estéril de energía y en el error.
Mi criterio se inclina a creer que la agricultura está muy burocratizada. Que a pesar de la cooperativización, sobre las CPA y las UBPC existe un «súper control» que las limita y desestimula. En un ámbito más amplio, un sobredimensionado centralismo opera en parte como orden fecundante del burocratismo, que asociamos con el exceso de buroes y trámites y cuyo reflejo en las actitudes se resuelve en un laberinto sin fin y sin sentido.
José Martí, el libertador y el pensador de todos los tiempos, previó los peligros de la mentalidad burocrática incontrolada, adueñada del ejercicio de la administración. Tildó «la vida burocrática» de «peligro y azote» y quiso a la república cubana libre de la «peste de los burócratas», que desde luego, no tienen nombres y apellidos: cualquiera de nosotros, si hallamos condiciones apropiadas, podía ver la vida rígida y caprichosamente.
Parece evidente, Martí intuía que la burocracia como representante de los intereses del pueblo, podría soslayar en algún momento esos intereses para tener solo en cuenta los suyos. Hoy por hoy, la rigidez, el papeleo, la ineficiente administración, han descontextualizado, mediatizado, algunas de las prerrogativas del Estado socialista. Han sido una especie de hada madrina al revés: todo cuanto su varita mágica toca puede convertirse en una caricatura de las aspiraciones socialistas.
Eso, más que una dificultad, resulta un problema que impide afrontar creadoramente las dificultades.