Laura dejó de ser una niña, ya tiene el pelo largo y sus líneas de mujer se acentúan más en el recién estrenado vestido verde. La ilusión de que su papá Ramón esté junto a ella el día de los 15 se ha roto. Irmita tal vez se case pronto. El libro de Ivette crece, y René tampoco está. Lizbeth sabe leer perfectamente; Gabriel comprende de razones; Aylí es más desinhibida y Tonito es todo un hombre.
Son los hijos que están, mientras otros se esperan. Hay una canastilla que permanece guardada hace más de 15 años en manos de Adriana, en tanto no declina el sueño de Rosa Aurora de escuchar el primer llanto.
Para René González, Antonio Guerrero, Ramón Labañino, Fernando González y Gerardo Hernández la imposibilidad de disfrutar a plenitud el sentido de ser padres al ver crecer a los hijos o haberlos podido tener, es lacerante.
«¿Por qué es necesario que patriotas cubanos cumplan el honroso deber de proteger a su país, lejos de su familia y seres más queridos, teniendo incluso que postergar el disfrute de la convivencia diaria con su pueblo?», así se preguntaban aquel 17 de junio de 2001, nueve días después de haber sido declarados culpables por un tribunal de Miami, en un mensaje al pueblo de Estados Unidos.
«Hemos sido juzgados después de un largo y escandaloso proceso mediante procedimientos, métodos y objetivos de carácter absolutamente políticos y bajo un verdadero diluvio de propaganda malintencionada y fraudulenta (...) hemos sido víctimas de una colosal injusticia», afirmaron.
Y lo más triste es que lo que entonces expresaron mantiene plena vigencia, pues aún la causa de los Cinco es desconocida entre los estadounidenses y porque el terrorismo contra Cuba no es historia pasada.
Coincidentemente, fue en los días 16 y 17 de junio de 1998 que las autoridades de la Seguridad del Estado cubano, en un intercambio con el FBI, le entregaron 230 páginas sobre actividades asesinas planificadas contra nuestro país desde suelo norteamericano.
El abundante material incluyó cinco videocasetes con conversaciones e informaciones transmitidas por las cadenas de televisión sobre acciones criminales contra la Isla y ocho casetes de audio, ascendentes a dos horas y 40 minutos, en los que se archivaban llamadas telefónicas de terroristas centroamericanos detenidos, con sus mentores en Miami. El FBI dijo estar impresionado por la cantidad de pruebas aportadas, mas la única respuesta dada fue la detención el 12 de septiembre del propio año de los posibles mensajeros.
Pero acaba de aflorar otro capítulo indignante —después de la escandalosa excarcelación de Luis Posada Carriles y la disminución de condenas de Santiago Álvarez y Osvaldo Mitat. Robert Ferro, miembro de la organización terrorista Alpha 66, a quien se le ocupó un alijo de armas en California, destinadas, según declaró el propio acusado a voz en cuello, a realizar acciones criminales contra la Isla, podría recibir una leve sentencia que le permitiría salir muy pronto en libertad.
La Fiscalía —manejos sucios por medio— restringió de 1 571 a 17 las armas reconocidas como ocupadas a Ferro, pues determinaron que las restantes son «artefactos» de colección.
Mientras, los Cinco siguen en prisión. Son padres que hoy no pueden estar junto a sus hijos. Ellos una vez más refrendan, como aquel 17 de junio, «no nos arrepentimos de lo que hemos realizado para defender a nuestro país. Nos declaramos totalmente inocentes. Nos reconforta el deber cumplido con nuestro pueblo y nuestra Patria. Nuestras familias comprenden el alcance de las ideas que nos han guiado y sentirán orgullo por esta entrega a la humanidad en la lucha contra el terrorismo y por la independencia de Cuba». Laura, Irmita, Ivette, Aylí, Lizbeth, Gabriel y Tonito, lo saben.