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Para unos, el real problema son los misiles de EE.UU.; para otros, los misiles de Rusia. Otros más piensan que, si no se detiene el calentamiento global, todos los misiles sin distinción quedarán inutilizados bajo las aguas, y el pan escaseará. Mientras, África aguarda por ese mismo pan que le han prometido una y otra vez los dueños de los misiles.
Tal enredillo podría servir de introducción a la cumbre del Grupo de los Ocho (EE.UU., Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Canadá y Japón), el selecto club de los países más ricos, cuyos jefes de gobierno se reúnen en la ciudad germana de Heiligendamm, bien protegidos por alambradas de cuchillas y policías con cachiporras.
Si bien la canciller federal, Ángela Merkel, delineó en días pasados el haz de temas que estarían sobre la mesa durante la cita, son los tres arriba mencionados los que demandarán la mayor atención.
Respecto a África, algunos recordarán que la cumbre de 2005, organizada por un exultante Tony Blair, tenía por lema: «Hacer de la pobreza historia». El anuncio del momento fue que se condonaría la deuda a los países más atrasados —muchos de ellos africanos— y se aumentarían las ayudas.
¿En qué quedó todo? En un vulgar engaño. No lo digo yo. Lo explicó a La Voz de Alemania el economista estadounidense Jeffrey Sachs, consejero de la ONU para los Objetivos del Milenio: ni existe todavía ningún plan de acción para doblar las ayudas, ni tienen visos de hacerse realidad los prometidos 25 000 millones de dólares más para el desarrollo de África en 2010, ¡mientras solo en gastos de Navidad, Wall Street dejó correr 24 000 millones en 2006!
Falta voluntad política, sencillamente. No obstante, la Merkel afirmó que «nuestras promesas de años pasados para incrementar la asistencia oficial al desarrollo, tienen el potencial para rendir fruto». ¡Vaya optimismo, fraulein!
Mucho de él necesitará para convencer a cierto político de este lado del Atlántico, de que EE.UU. está más atrás que los cordales en el asunto del cambio climático. El Protocolo de Kyoto —olímpicamente ignorado por Washington— expira en 2012, y por ello, la gobernante germana plantea nuevas metas: evitar que las temperaturas suban más de dos grados Celsius hacia fines de siglo, reducir a la mitad las emisiones de dióxido de carbono hasta el año 2050, e incrementar la eficiencia energética.
Luego ¿cuál es la idea que lleva Bush a Europa? Pues que los 15 países que generan los mayores volúmenes de gases contaminantes, admitan ser dirigidos por EE.UU. hacia la consecución de una «meta global» para la disminución del dióxido de carbono.
O sea, ¡que el lobo encabezaría una campaña a favor del vegetarianismo! Aunque nada de plazos ni porcentajes concretos. Evidentemente, nada serio, como es costumbre en la Casa Blanca. Su inquilino acaba de decir que «EE.UU. lidera y seguirá liderando» en temas ambientales. Si para escuchar perlas como esta van los gobernantes a Alemania, que les devuelvan el precio del pasaje...
Y para lo último, un asunto muy esperado: los planes de Washington de emplazar un sistema de «defensa misilística» en Polonia y la República Checa. Justo ahí, bien cerca de Rusia, para «interceptar» los cohetes que vendrían «desde Irán o Corea del Norte» rumbo a EE.UU. Ninguno de los dos países tiene misiles capaces de llegar tan lejos, pero Bush quiere hacer creer lo contrario, y se indigna cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, anuncia en consecuencia: «Tendremos que apuntar nuestros cohetes hacia Europa». Entonces la OTAN hace oír sus alaridos antirrusos de rigor.
El académico norteamericano Noam Chomsky resume la cuestión con un ejemplo: «Aun si Irán tuviera armas nucleares y misiles de largo alcance, la probabilidad de que los usara para atacar a Europa es inferior a la posibilidad de que Europa sea impactada por un asteroide. Si se tratase verdaderamente de defensa, la República Checa debería instalar un sistema para defenderse de los asteroides».
Sin embargo, primero un meteorito se convierte en frozen de chocolate antes de que Bush (o más propiamente, el Complejo Militar-Industrial de su país) dé un paso atrás en cualquier absurdo que se proponga. Así que en Heiligendamm soplarán aires de tensión, mientras el África hambrienta seguirá esperando otras cumbres y al planeta le subirá aún más la fiebre...